Emprendí nuevamente el camino, mi camino, con la primera luz del sol. Avanzaba rumbo al sur y al oeste por una senda entre las montañas del Cáucaso cuando, en la entrada de una cueva, vi a un anciano sentado que me llamaba agitando sus manos huesudas. Me acerqué a él con algún temor y pude notar que vestía un viejo hábito de derviche, tenía una barba larga que alguna vez debió ser rubia y ojos brillantes y claros. Pidió que me acomodara a su lado y luego me interrogó: “¿Adónde te diriges joven viajero?”, “A la ciudad del Sultán”, respondí, “Debo presentarme a la corte para ser instruido como paje”. “Entonces, noble muchacho – agregó con un temblor en la voz – detente un momento por favor y escucha con atención, pues siento que la muerte se acerca y es preciso que revele a alguien mi secreto. Pero antes, invoquemos juntos a Alá, para que guíe mi memoria y abra tus oídos a la verdad:
En el nombre de Dios el clemente, el misericordioso
Alabado sea Dios, Señor de los Mundos,
el Dadivoso, el Misericordioso
Señor del Día del Juicio
A ti te servimos y a ti pedimos ayuda
guiados por la buena senda
por la senda de los que has bendecido
no de aquellos que te han agraviado
no de aquellos que se han extraviado
Han transcurridos muchos años, muchos más de los que tu tienes ahora joven viajero pero, todavía puedo verlo , como si mis viejos y cansados ojos lo hubieran visto todo ayer..."
Reclinado sobre cojines de seda, comiendo dátiles y bebiendo vino de miel, Selim el poderoso sultán, descansa esa tarde en su palacio. A su alrededor, una multitud de sirvientes están prestos a cumplir su mínimo deseo y frente a él varias decenas de odaliscas y acróbatas realizan danzas exóticas.
Los antepasados de Selim edificaron un poderoso imperio, que se extiende desde las montañas heladas hasta los desiertos áridos y desde el camino de la seda hasta las columnas de Hércules. Llevaron la Yidah por todas partes, sometieron pueblos y naciones y ahora ,el nuevo portador de la espada de Osmán, puede gozar en su palacio de los frutos de ese magnífico esfuerzo.
Las arcas del tesoro rebozan de oro y joyas, el ejército mantiene el país bajo control y en el serallo 400 concubinas lo esperan. Selim se siente afortunado, en especial porque desde hace unos veinte años goza del placer incomparable que le proporciona su favorita, la Sultana, una bella mujer cuyos ojos tienen el color del mar y cuyo pelo brilla como el Sol. Ella vino del país de los bosques y los lagos, donde cae la nieve.
Pero el tiempo ha dejado su huella y el cuerpo suave y firme, la piel blanca y el cutis terso ya son cada vez más un recuerdo que un presente en las noches de la alcoba real. No hay otras mujeres rubias ni de ojos azules en el Serallo, él se lo prometió a su amada y ha cumplido desde entonces su palabra. Por eso sólo sueña en la belleza que se escapa de sus manos y le duele más que perder la mitad de sus tesoros.
El Gran Visir Ibrahim se acerca al Sultán y haciendo una reverencia le dice:
- Oh luz de los creyentes, custodio de la verdad revelada, ha llegado desde el país de los bosques y lagos una comitiva trayendo obsequios para su majestad.
Selim ordena que ingresen. Muchos esclavos portan los obsequios: ámbar, pieles, resinas olorosas y astas de venado hermosamente talladas. Luego, entra un grupo de mujeres entre las cuales el Sultán escogerá nuevas concubinas para el Serallo. Y finalmente un grupo de jóvenes príncipes del país sometido, que recibirán en el palacio la educación que habrá de convertirlos en buenos musulmanes y les servirá para dedicar su vida al servicio del Gran Monarca.
Selim observa los regalos y manda sean enviados a los depósitos del Palacio. Luego escoge a algunas de las mujeres, que son conducidas al lugar donde pasarán el resto de sus vidas esperando la visita nocturna del Sultán. A las demás las obsequia al Gran Visir y otros miembros del diván. Y entonces sus ojos se fijan en el Príncipe Grygor. Es el hijo del rey de su país, muerto hace unos años cuando los victoriosos ejércitos de Selim conquistaron la tierra de los bosques y los lagos. No es más que un adolescente pero sus ojos del color del cielo de la mañana y sus rizos dorados como el trigo maduro llaman la atención del monarca. Por alguna razón ve en él la belleza que la Sultana ha perdido y siente deseos de tocar su cuerpo blanco y suave y de recuperar con el muchacho la pasión que un día le dio la mujer con ojos de mar y cabello de sol. Nada se lo prohibe y decide que esa noche el jovencito será llevado a sus aposentos.
Grygor y sus compañeros son conducidos fuera del biram hacia una de las alas del palacio. A cada uno le es asignada una habitación pequeña pero cómoda.
Ya en su alcoba el Príncipe de los ojos azules y los rizos dorados se tiende en su habitación a descansar. Han sido más de dos meses de viaje, primero por los anchos ríos de su patria y luego por el mar hasta llegar a Istambul. Extraña su tierra ,sus bosques, sus lagos y extraña a su madre y a sus hermanas. Ellas están ahora recluidas en un monasterio, único lugar seguro para las mujeres cristianas en una tierra constantemente asolada por los ejércitos del Sultán.
Unas horas después unos sirvientes despiertan a Grygor y lo conducen hacia un amplio salón en medio del cual hay una hermosa pileta de azulejos hacia la cual el agua cae por la boca de dos leones de bronce. Los sirvientes ayudan al príncipe a desnudarse e ingresar en el agua que está tibia y perfumada. El baño es placentero y al terminar, el joven es ungido con aceites olorosos y vestido con un caftán de seda blanca, bellamente bordado.
Grygor se siente muy bien, relajado y con apetito. En ese momento le ofrecen varias fuentes con frutas y una infusión aromática de delicado sabor. Satisfecha su hambre, otros sirvientes conducen al príncipe, pero no de regreso a su habitación, sino a través de un jardín lleno de plantas exóticas y fuentes que producen un agradable murmullo, hacia la zona más privada del palacio, las habitaciones del Sultán.
Mientras pasa por el jardín, desde el Serallo, unos ojos azules como el mar, observan a Grigor a través de las celosías y se tornan oscuros como el océano en una tempestad.
El joven príncipe se encuentra sorprendido por el lujo que ve a su paso. Comparado con esto el palacio de su padre parece la miserable covacha de un mujik.
Llegan a la habitación del Sultán custodiada por enormes eunucos de piel oscura, tan oscura como Grygor jamás ha visto.
El joven es conducido al interior y lo dejan solo. La cámara es enorme, las paredes azules están cubiertas por tapices de Persia bordados con seda representando alegorías de la conquista de los diferentes países que conforman el Imperio. El suelo lo recubre una mullida alfombra. Hay muchos muebles, jarrones y gran número de cojines muy suaves, rellenos de pluma. Al centro, rodeada de cortinas de gasa con hilos de oro y cubierta por sábanas de satén, la enorme cama en donde el poderoso Padisha pasa sus noches gozando del placer que se desviven por darle su favorita y cualquiera de las otras muchas mujeres de su harem.
Grigor no se explica que hace él allí. --Pronto lo sabrá mi joven viajero y a partir de ese momento su vida cambiará para siempre--. De pronto, empieza a sentirse mareado, las cosas giran a su alrededor y no puede controlar las ganas de reír...
Entonces, Selim hace su ingreso, es alto, moreno, de complexión robusta y viste con gran ostentación: lleva un caftán de color verde bordado con hilos de oro, sus babuchas de seda llevan perlas lo mismo que el turbante. En la cintura porta una espada enjoyada.
Grigor lo ve y siente miedo pero no atina a hacer nada. El bebedizo que ingirió ha anulado su voluntad, está indefenso. Las manos del Sultán tocan el pelo del muchacho, acarician sus bucles. Luego abre el caftán y lo desnuda. Ahora acaricia su pecho sintiéndolo firme y suave, luego hace lo mismo con sus nalgas.
El joven príncipe, entre las nubes que la droga ha arrojado sobre su mente, se da cuenta de lo que está pasando y quiere escapar, defenderse. Es inútil. Selim obtiene con él todo el placer que ha deseado. Mientras lo acaricia, lo besa y se regocija en su cuerpo, el Sultán piensa en Jediyah, la Sultana, y en la belleza que tenía el día en que por primera vez la hizo suya siendo tan joven como el muchachito que hoy tiene en sus brazos.
Habiendo complacido sus sentidos, Selim ordena que Grigor sea devuelto a su cuarto y el príncipe es transportado hasta allí, donde se le deja dormir.
Al día siguiente el muchacho cuyos ojos tienen el color del cielo despierta y no puede contener el llanto.
¿Por qué tenía que hacerme esto a mi?- se pregunta sollozando.
¿No bastaba con haber matado a mi padre y haberme arrancado de mi país para obligarme a abrazar una religión que no es la mía? ¿También tenía que ultrajarme, robarme mi dignidad? ¿Qué voy a hacer ahora? Ya ni siquiera soy un hombre...preferiría estar muerto.
Grigor llora y llora recordando con horror y asco las manos del Sultán sobre su cuerpo, su boca besando su espalda. Se siente sucio. Realmente quiere morir
Entonces llega hasta su habitación un grupo de eunucos servidores de la Sultana y lo conducen a una sala anexa al Serallo.
En la sala, discretamente decorada, lo espera Jediyah, cubierta con un velo de seda negro que sólo deja ver sus ojos azules. Grigor se para ante ella con la cabeza gacha, humillado.
La sultana ordena a los eunucos que salgan y sólo quedan en la habitación dos de ellos, sordos y con la lengua cortada, que observan la situación.
- Realmente eres un muchacho hermoso- dice la Sultana expresándose en la lengua materna del príncipe, que es también la suya. Grigor está sorprendido al oír su idioma y mira a Jediyah con ojos de asombro.
- No te sorprendas mi bello príncipe. Tú y yo venimos de las mismas tierras. Antes de que el Sultán me llamara Jediyah, que significa Regalo de Dios, mi nombre era Olga. Hace más de veinte años fui raptada y traída a Estambul como obsequio para el Sultán. El quedó tan prendado de mi belleza que me tomó por esposa. Yo le he dado un hijo, que será su heredero. Esa será mi venganza, por haber sido raptada y obligada a dejar la fe de mis padres. Darle un hijo que seré su sucesor. Y yo creo que la hora de que mi hijo Murad se convierta en Sultán ha llegado. Para eso cuento con tu ayuda.
- ¿Cómo podría ayudar yo buena señora? Yo que ya ni siquiera soy un hombre, que me he convertido en la más vil criatura luego de ser usado por el Sultán para satisfacer una pasión desviada.
- Precisamente, mi hermoso príncipe, cuento con las desviadas pasiones de Selim para llevar a cabo mi plan. Tú has de convertirte en lo que él más desee. Yo sé que es esclavo de su lujuria y que, si sabemos hacerlo, sentirá por ti la misma pasión desenfrenada que un día sintió por mí.
- No entiendo Señora.
- No te preocupes...te lo explicaré.
La Sultana habla con Grygor por largo rato y después lo hace llevar nuevamente a su habitación. Tras la conversación, el rostro del príncipe cambia, en sus ojos ya no se refleja el cielo de la mañana sino el brillo del acero.
El día transcurre para Grygor y los otros jóvenes que vinieron con él, escuchando a los ulemas que los instruyen en el conocimiento de la nueva fe,hasta que llega la noche.
Se repite entonces el ritual del baño y la cena, sólo que en esta oportunidad el príncipe tiene buen cuidado de no beber la infusión. Más bien la derrama, sin que los sirvientes se den cuenta.
Grygor se hace el dormido y vuelve a ser llevado a la habitación del Sultán, pero una vez allí, ya no es presa de la desesperación sino que lo espera sobre la cama, desnudo y cubierto por un velo negro traslúcido que le había dado la Sultana.
Cuando Selim entra y lo ve, siente que la pasión se enciende en él, por eso se arroja sobre el muchacho que se deja acariciar e incluso pone de su parte para que el placer del Sultán llegue hasta el máximo.
Esa noche Grigor se queda durmiendo al lado del Sultán que no deja de acariciarlo y llamarlo entre sueños “Jediyah...”
Al día siguiente cuando llegó a su habitación, el príncipe encontró varios caftanes de seda, babuchas de piel y algunas joyas. Obsequio del Padisha, le dijeron.
Al parecer el plan de la Sultana empezaba a funcionar. Pasan los días y Grigor comparte las noches de Selim con frecuencia y, al día siguiente, invariablemente, recibe obsequios. La situación se hace notoria en el Palacio. Sus compañeros que estudian con él para convertirse en “icoglan”, pajes del Gran Señor, se burlan. Dicen que no debería usar los lujosos trajes que el Sultán le obsequia sino cubrirse con un chador y vivir en el serallo. Grygor calla y sufre las ofensas en silencio,
Pero algo más pasa. El Gran Visir se muestra preocupado. Ya antes el Sultán había tenido favoritos, pero sólo se divertía con ellos un par de veces, luego los olvidaba y los convertía en pajes. Si tenían suerte ocupaban algún cargo administrativo ya sea en el Palacio o en provincias. Si no, les esperaba la cárcel o la muerte. Pero esta vez eran ya varios meses los que Selim continuaba obsesionado con aquel jovencito, al que había puesto por nombre Djingor, es decir ojos de ángel, y que ya gozaba de bastante poder tanto en el enderum como en el birum. Lo peor era que la Sultana Jadiyah no hacía nada para librarse del favorito como había hecho otras veces. “Algo malo va a pasar”- pensó Ibrahim.
Semanas y meses siguen transcurriendo y la situación no varía. Grygor ha logrado ganar la confianza del Sultán, lo cual provoca recelos entre los visires y una gran enemistad de parte de los pajes de la corte.
Llega entonces la noticia de que el Sha de Persia ha desatado la guerra en Mesopotamia. Es preciso enviar un ejército para castigar al monarca herético. Selim convoca a los jenízaros, los mejores y más temibles guerreros del islam.
-¡PADISHAIM CHOK TASHA!
-¡Viva largo tiempo el Sultán!- gritan los soldados al recibir la visita del Sultán en sus cuarteles. Ellos saben que una guerra significa mayor paga y un gran botín si logran tomar alguna de las ricas ciudades de Irán. Todos están listos a partir.
Selim no sabe si encabezar el ejército o ponerlo bajo las órdenes del Gran Visir. Pide consejo al Gran Mufti, máxima autoridad religiosa del Imperio y éste le recomienda que envíe a Ibrahim.
Así pues, el Gran Visir Ibrahim parte de Istambul a la cabeza de un gran ejército que marchará a través de Anatolia, rumbo a las disputadas tierras al norte del Eúfrates. Con los preparativos para la guerra el Gran Señor ha estado muy ocupado y no ha tenido tiempo para divertirse con su favorito así que, la noche del día siguiente a la partida de Ibrahim y sus huestes, lo manda llamar. Grygor espera al Sultán tendido sobre el satén del gran lecho. Su cabello rubio está más largo y los bucles le caen a ambos lados. Ha crecido y su cuerpo cada vez es menos el de un niño.
- Mi tiempo se está acabando. El Sultán pronto se cansará de mí. Esta noche concluiré el plan y demostraré que a pesar de haber sido usado como una vil prostituta, todavía soy un hombre- piensa Grigor, poco antes de ver a Selim entrando a la habitación.
Nuevamente las caricias, y en la mente del Sultán el cuerpo de Djingor se transforma en el de Jediyah desatando su pasión y exaltando su deseo.
Luego del éxtasis viene el sueño y Selim descansa abrazando a Grygor. El muchacho se levanta sigiloso y se aparta del lecho. Ve entonces la enjoyada espada del Sultán que dentro de su vaina está colocada sobre una cómoda. Sin demora la toma, la desenfunda y con toda su rabia y humillación contenidas descarga un golpe certero en la garganta del monarca. La sangre tiñe el satén, la seda y el brocado. El cuerpo de Selim se retuerce violentamente en sus últimos estertores y Grygor se siente vengado. Sus ojos, que eran como el cielo, reflejan ahora las llamas del infierno. Ve con placer el fluído rojo caer en el piso, manchar las alfombras, salpicar los tapices. Permanece así un rato y se da cuenta de que nadie ha notado lo que ha hecho y por lo tanto puede escapar. Se escurre por la ventana que da al jardín, lo atraviesa y desaparece. No en vano ha vivido más de un año en el Palacio. Lo conoce muy bien.
Horas después un paje entra a la habitación del Sultán y encuentra la sangrienta escena. Los gritos recorren el palacio. Hay confusión. Llaman al Gran Mufti, a los visires...por cada rincón se busca al asesino.
En el Serallo hay llanto pero Jediyah no siente pena, al contrario, sus ojos brillan como el mar en calma bajo el sol de mediodía. Y va a buscar a su hijo Murad.
Del palacio han partido mensajeros para alcanzar al Gran Visir y pedirle que regrese a Istambul.
Nadie sabe bien qué hacer, pero entonces aparece Murad y asumiendo su papel de nuevo soberano con la mayor naturalidad, pone todo en orden.
“¡A partir de hoy el Imperio tiene un nuevo gobernante, Sultán y Califa, sucesor de Osmán y custodio de la verdadera fé. ¡ Viva largo tiempo el Sultán!
Las palabras del Gran Mufti resuenan en la magna Cámara Imperial. Los visires se inclinan ante Murad y lo mismo hace el resto de la corte.
Nadie encontró a Grygor. Por orden del nuevo sultán son ejecutados todos los sirvientes personales de Selim. Nadie debe saber que su padre fue asesinado por un muchachito con él que se divertía en la cama.
Temiendo por su vida los que sabían la verdad la olvidan. Alá quiso que el Sultán muriera mientras dormía, eso es lo único cierto y lo que el pueblo sabrá.
El anciano ermitaño que me ha contado esta historia calla de repente.
¿Qué pasó con Murad, con Jediyah, con Ibrahim y sobre todo con Grygor? interrogo desesperado y veo que los ojos del derviche se quedan fijos mirando al cielo cuyo color reflejan, miro sus labios moverse, me acerco para oír sus palabras y lo último que me dice es:
!ALLAH KERIM¡ Sólo Dios lo sabe!
Jorge Alberto Chávez Reyes
1996 - 2001