jueves, 28 de agosto de 2008

PLENILUNIO

La primera vez que lo ví, iba corriendo sobre la arena detrás de una pelota, con el pelo revuelto por la brisa que soplaba desde el mar y la espalda y las mejillas enrojecidas por el sol. Me llamó la atención porque era el más alto de los muchachitos que jugaban aquella tarde en la playa y, aparentemente, también el mayor de aquel bullicioso grupo de niños y adolescentes que llegaba cada tarde hasta la playa, frente al hotel en donde mi madre y yo veraneábamos ese año.
Me quedé un rato parado en la vereda, mirando como si me interesara el desarrollo del partido de fútbol que se jugaba sobre la arena, pero en realidad mis ojos seguían únicamente sus movimientos. Recuerdo que era un día de marzo, como a las cinco de la tarde y que la luna había decidido dejarse ver más temprano y flotaba como una nube redonda en el cielo. Su cuerpo delgado, con brazos y piernas muy largos, su risa fácil y la espontaneidad de sus gritos, me parecieron en ese momento el símbolo de la juventud a la que estaba a punto de renunciar cuando me casara y me convirtiera definitivamente en un adulto. Pero además, su cuerpo lampiño que mezclaba la fragilidad del niño con la fuerza del macho en plenitud me fascinaba de una manera que se parecía cada vez más, al deseo.
De pronto, mientras seguía yo observándolo, su mirada se encontró con la mía por un par de segundos. Sus ojos eran de un extraño color, entre pardo y verde, muy parecidos al color de las aguas del mar cercano. Me asusté -- porque pensé que podría darse cuenta de lo que estaba sintiendo-- y miré hacia otro lado. El, sin embargo, pareció darse cuenta de mi turbación y sonrió, con una sonrisa que dibujó una pícara mueca en sus labios, haciendo aparecer unos graciosos hoyuelos sobre sus mejillas.
Decidí que lo mejor era que no siguiera más tiempo parado allí, y continué mi camino hacia la agencia de transportes a donde Claudia debería haber estado por llegar. Fui analizando lo que me había pasado. ¿Qué había visto en él? ¿Acaso me había visto a mi mismo, cuando no tenía ninguna responsabilidad y todo lo que importaba eran los amigos y el mar ? ¿Es que ese chiquillo simbolizaba la libertad que se terminaría cuando me casara con Claudia? o ¿me engañaba y lo que sentí al verlo había sido deseo?... No, no era la primera vez que la belleza masculina me despertaba extrañas sensaciones. Cuando era un niño, me había pasado horas contemplando a Flavio, el tablista de cabello dorado y eternamente bronceado que corría olas en cerca al Muelle Uno. Bajaba a verlo cada tarde después del colegio y nunca supe bien porqué. Y luego, mientras estudiaba en la Universidad, me las había arreglado para tener tiempo de practicar escalada en roca, sólo por estar a lado de Jorge, con su cara de niño grande y su cuerpo delgado y fibroso, disfrutando de la tosca e indudablemente masculina intimidad que había surgido entre nosotros. Sin embargo, nunca había pasado nada y ellos jamás se enteraron de mis confusos sentimientos.
Para no sentirme mal, traté de olvidar lo que había pasado con ese muchacho-- después de todo sólo había sido una mirada-- y me puse a esperar en la agencia. Como dijeron que el ómnibus llegaría con retraso, me fui a dar una vuelta por la plaza de armas y el mercado. Iba caminando por una de las calles llenas de vendedores ambulantes cuando lo vi otra vez. Llevaba un polo blanco muy amplio y unos shorts hechos de un jean cortado. Su pelo castaño, suavemente ondulado, lucía mojado y ordenado debajo de una gorra. Iba comiendo chicharrones de calamar de un plato descartable. Me detuve a la entrada de una tienda con la intención de verlo pasar sin que se diera cuenta. El parecía caminar sin mirar a ningún lado pero, justo cuando pasaba a dos metros de mi por la calzada, se detuvo, me miró directamente a los ojos y me dijo ¡Hola!. Fue tan sorpresivo que no atiné a responder y el repitió ¡Hola! Para agregar unos segundos después "Te vi en la playa". Su voz tenía esa mezcla ambigua de graves y agudos típica de la adolescencia. No supe que hacer, intenté decir algo, las palabras se negaban a subir por mi garganta. "Me llamo Ronald" continuó mientras mordía un pedazo de calamar frito al que había untado previamente en mayonesa. Con un esfuerzo enorme, logré decir casi balbuceando "Mi nombre es Víctor...eh...es un gusto conocerte" y le ofrecí la mano. El, se limpió los dedos sobre el bolsillo posterior de su short y me dio un fuerte apretón de manos acompañado de un inexplicable guiño de ojos. Luego agregó :
"¿Qué haces en el pueblo?".
"Estoy de vacaciones"
"¿Vienes de Lima?
"Si, estoy en el Hotel Las Brisas"
"Ah!, por eso estabas en la tarde en la playa, ¿cuando llegaste?
"Hace tres días"
Habíamos empezado a caminar uno al lado del otro por la calle cuyas aceras estaban cubiertas de vendedores de ropa, artículos de plástico y comida, que en ese momento empezaban a encender sus linternas porque el sol ya se ocultaba en el horizonte y el cielo se iba pareciendo cada vez más a un carbón encendido con trazos de rojo y negro, que iluminaban a contraluz el contorno de los edificios y dibujaban a nuestra derecha las torres de la iglesia matriz.
Se calló por un instante y luego dijo:
"Me estabas mirando en la playa ¿verdad?"
"No...este...si...pero..."
"No te preocupes, nadie se dio cuenta...sólo yo" añadió mientras volvía a guiñar el ojo y tomaba brevemente mi brazo.
"Es...es que...me parece que juegas muy bien al fútbol" dije, tratando de justificarme de alguna manera.
"Me gustaría ser futbolista...así podría irme a Lima y ganar mucho dinero"
"¿Qué haces aquí?"
"Todavía estoy en el cole. Este año entro a quinto"
"Ah.."
"Y tu ¿qué haces? ¿buscas jugadores para algún Club? Replicó con un toque de ironía.
"No...soy abogado"
"¿Y dónde trabajas?"
"En un Banco"
"¡Que bien!, debes tener plata entonces"
En ese momento pensé que podía querer robarme. Pasábamos por una calle bastante oscura, con pocos vendedores , detrás del mercado y yo llevaba una buena cantidad de dinero en el bolsillo. Soy más fuerte que el pensé pero ¿y si tiene un arma?. No me imagino donde podría ocultarla. A menos que fuera una chaveta y la tuviera en el bolsillo. No, no tiene cara de ladrón. Aunque si lo vieras en Lima, creerías sin duda que es un "pirañita". No debí decirle que tengo dinero. Debemos volver a la plaza.¡ Claudia!, su carro ya debe haber llegado.
"No te asustes Víctor...no voy a robarte"
"Yo no pensé..."
"Pusiste una cara..."
"Bueno, creo que tengo que volver a la plaza. Ya debe estar por llegar el carro de mi novia"
"¿Tienes novia?"
"Si, nos casamos dentro de dos meses. Ella vino para descansar un poco antes del matrimonio"
"Ah!"
"Bueno...creo que debemos despedirnos"
" ¿Puedo pedirte una cosa?" dijo con una sonrisa entre angelical y maliciosa
"¿Qué?"
"Invítame un vaso de chicha...tengo sed"
Nos acercamos a una de las vendedoras y compré un vaso de chicha morada. El siguió a mi lado hasta llegar a la plaza. El ómnibus estaba allí y pude notar que Claudia y su madre miraban desde la puerta de la agencia. Me dirigí hacia ellas. Ronald se detuvo y dijo como despedida "Nos vemos...mañana, a las cinco...en la playa".


Eran las cinco y diez. Ronald estaba sentado en un muro medio derruido, al lado de una de las escaleras que bajaban a la playa. Me vio y me pasó la voz.
"¿Qué hiciste hoy todo el día? , fue lo primero que me dijo.
Le conté del paseo en lancha, de la indisposición de mi madre y le dije que tenía que comprar una botella grande de agua mineral.
"Vamos. Aquí cerca hay una tienda grande"
¿Y tú? ¿No jugaste al fútbol hoy?
"Si, más temprano "
"¿Y tus amigos?"
"Por ahí, vagando"
"¿Por qué querías verme?"
"No sé...porque me caes bien creo". Su voz adquirió un tono aniñado en esa última frase y al decirla bajó los ojos y se puso a jugar con el borde de su polo, levantándolo lo suficiente para dejar ver por un instante una tímida línea de vello que bajaba desde su ombligo y se perdía en la cintura elástica de su short verde olivo.
En ese momento sentí por primera vez unas enormes ganas de verlo completamente desnudo, de pasar mis manos sobre su vientre liso, de besar su pecho de formas apenas insinuadas.
Compré el agua y regresamos al hotel. Me contó que a pocas cuadras de allí había una feria, con juegos mecánicos y esas cosas y me dijo para ir.
"No sé"
"¡Vamos!"
"Voy a ver"
"Mira, regreso a las seis y media. Si no estás, bueno pues, caballero. Ya nos vemos otro día. ¿Esta bien? "
"Bien"
Subí, mi madre se sentía mejor y conversamos un rato. Luego, fui a buscar a Claudia y le dije si quería salir a ver la feria. Me dijo que estaba cansada, que iba a dormir hasta la hora de comer. " pero, si quieras, anda a dar una vuelta por allí. Yo sé que a ti te gustan esas cosas".
A las seis y veinticinco bajé . Ronald estaba frente a la puerta. Se veía recién bañado, muy bien peinado y con la ropa perfectamente limpia. Incluso olía a jabón.
"¿Vamos la feria?"
"Si"
Era más o menos la misma hora en que nos habíamos encontrado cerca del mercado el día anterior pero esta vez caminábamos por el malecón y el crepúsculo nos ofrecía un soberbio espectáculo. El mar se había teñido de rojo y dorado, el cielo de violeta y naranja. Todo a nuestro alrededor parecía una película filmada con filtro ámbar, el muelle, las gaviotas, la poca gente que se iba dejando la arena vacía aunque llena de bolsas y botellas. En los restoranes con frente al mar, la gente bebía cerveza formando alegres y bulliciosos grupos y se dejaba escuchar una mezcla confusa de ritmos que iban de la tecnocumbia a los boleros. Seguimos caminando y el malecón terminó. Continuamos nuestro camino por una calle que bordeaba el farallón que servía de límite a la playa . A los pocos metros, se empezó a escuchar la música típica de la feria de pueblo y también pude ver, no muy lejos, las luces que dibujaban las características siluetas de los juegos mecánicos.
Habíamos hablado muy poco pero yo no podía dejar de mirarlo. Su perfil dibujado contra la luz en fuga resultaba adorable. Una nariz suavemente respingada, labios gruesos y rojos, siempre entreabiertos como anhelando un beso que no llegaba y sus ojos reflejando como un espejo todos los tonos del ocaso .
En ese camino no había nadie. Por un lado, estaban las enormes rocas negras, cubiertas de musgo y excremento de gaviota, por el otro, una larga pared de ladrillo que formaba parte del terreno cercado para un siempre futuro estadio municipal. De trecho en trecho habían montículos de basura.
En mi interior pensé que era una pena haber dejado atrás el maravilloso escenario del malecón. Entonces, de pronto, me tomó la mano y se detuvo.
"¿Qué pasa" pregunté
"Nada" respondió y se acercó hasta que nuestros cuerpos se tocaron.
Lo abracé contra mi pecho, pasé mi mano por su pelo y lo besé. Respondió con pasión, con una intensidad que no esperaba. Mis manos acariciaban su espalda por debajo del polo, mientras el deslizaba las suyas por mi cintura luego de haberme soltado la correa. Nunca había hecho lo que hacía, ni siquiera me había atrevido a soñarlo. Flavio y Jorge habían sido objetos de un deseo sin forma, pero ahora con Ronald, con ese chiquillo al que le doblaba la edad, ese deseo tomaba forma y ya no podía controlarlo.



Seguimos viéndonos cada día durante una semana. Cuando se acercaba la hora de verlo --el era siempre el que decidía la hora-- mi mente trabajaba a máximas revoluciones para inventar una excusa y todo mi cuerpo se tensaba y calentaba a la espera de nuestro encuentro. Y luego, de regreso en el hotel, me sentía sucio, tenía remordimientos, y las pesadillas no me dejaban dormir. Mi madre se daba cuenta de mi sufrimiento, también Claudia y ambas trataron de hacerme sentir mejor diciéndome que no me preocupe del futuro, que todo iba a salir muy bien. Pero yo ya no podía más y estallé.
Les dije todo, les dije que siempre había sentido deseo por otros hombres y que hacía unos días por fin había hecho realidad esos deseos y había tenido sexo con un muchacho del pueblo. Les dije que me había gustado, que estaba seguro que eso era lo que quería. No les dije que ese muchacho con el que había tenido sexo era casi un niño, no les expliqué nada más y salí corriendo del hotel.
Después de lo que había dicho, después de ver las lagrimas en el rostro de Claudia y el dolor callado de mi madre, mientras caminaba por el malecón en medio de la gente que iba y venía, de los vendedores de helados y el barullo de los niños y las aves, me di cuenta que ya no había marcha atrás, que había llegado a un punto de quiebre y mi vida ya no sería como estaba planeada, ya no habría iglesia con flores , ni fiesta con Danubio Azul, ni habría viaje de luna de miel por Europa; me di cuenta que ahora me enfrentaba solo a un mundo que me era desconocido. Y todo por un chiquillo, por un adolescente que había despertado mis deseos dormidos y me había hecho ver la verdad de quien yo era. Ahora entendía porqué siempre había sentido que algo faltaba en las relaciones que tuve con mujeres, porqué a Claudia --con todo lo buena que era-- jamás pude sentirla como mi complemento, como mi pareja. Yo necesitaba el cuerpo y el alma de otro hombre para ser feliz, mi único posible complemento era masculino. Pero ¿tenía algún futuro con él? Si sus padres se enteraban de lo que había pasado entre nosotros yo podría ir a la cárcel...me había convertido en un corruptor de menores, en un monstruo. No sabía que hacer, me daba miedo pensar en mi mismo como un homosexual, como un pedófilo. Deambulé por el pueblo toda la noche hasta que amaneció. A esa hora tomé un ómnibus que me llevó a la capital departamental. Allí me registré en un hotel, me bañe y logré dormir. Al despertar, estaba decidido a arriesgarlo todo, a llevármelo a Lima y a vivir con él. Alquilé un auto y volví al pueblo. Mi madre , Claudia y su madre habían regresado a Lima. No me importó demasiado, sólo esperaba la hora de volver a ver a Ronald, al caer la tarde.
Mientras lo esperaba me di cuenta lo poco que en realidad sabía sobre él. Habíamos hablado de sus sueños, de lo mucho que le gusta el mar y las noches de luna llena, pero no sabía donde o con quien vivía, ni siquiera conocía su apellido. Pensé hacerle todas esas preguntas tan pronto lo viera.



¿Y? ¿Qué hay?
La verdad, anoche pasaron muchas cosas
¿Qué? ¿Algo malo?
Si y no...les dije todo a Claudia y a mi madre.
Todo ¿qué?
Les dije que me gustaban los hombres, que tu me gustabas
¿Qué? ¿porqué hiciste eso? ¿No te ibas a casar?
No me importó nada...te quiero, quiero que vengas a Lima conmigo
Sus ojos se iluminaron al oír mis palabras, pero pude notar una ligera mueca de tristeza en su rostro.
Subimos al auto que había alquilado y fuimos hasta una playa un poco lejana del pueblo. Por ratos se comportaba como un niño, totalmente emocionado por la velocidad, alentándome a arriesgarme en las curvas. Hicimos una fogata y pasamos la noche en la playa, haciendo planes sobre como sería todo cuando nos fuéramos a Lima. Sus padres tendrían que darme un poder para inscribirlo en un colegio y para que no hubieran problemas, por eso no debían sospechar. El me dijo que no habría problema, que el les diría que iba a trabajar conmigo. Alquilaría un departamento, mi madre nunca aceptaría que viviera con él en nuestra casa, les diríamos a los vecinos que era mi sobrino. Saldríamos al cine, a la playa , lo pasaríamos muy bien todos los días. La verdad, jamás me sentí tan entusiasmado cuando hacía planes con Claudia sobre nuestra futura vida de casados.
Al amanecer regresamos y el se despidió en el malecón, como siempre, y se fue caminando hacia el farallón, por la ruta que llevaba al parque de diversiones.
Me quedé mirándolo mientras se alejaba, al despedirnos había vuelto a ver en su cara esa mueca de tristeza. Mientras el sol iba llegando hasta el mar, su imagen se fue desvaneciendo como si estuviera hecho de luz y se disolviera en la claridad que lo invadía todo.
Quedamos de vernos por la tarde, a la cinco como siempre, pero jamás llegó. Lo esperé por horas y entre desilusionado y preocupado empecé a preguntar por el. Los vendedores del malecón me dijeron que no lo habían visto ese día. Pregunté si conocían por donde vivía, pero me dijeron que no sabían, que era nuevo, que había llegado al pueblo hacia apenas una semana. Pensé entonces que el único lugar en donde podrían saber de el, era el parque de diversiones y allí acudí. Fui hasta la carpa del circo, esa noche si había función. Me acerqué al propietario y le pregunté por un chico que--según creía-- dormía en la carpa, seguramente para cuidarla. Me dijo que hacía una semana un chico le había pedido quedarse algunas noches porque no tenía donde dormir. A el le había caído bien y se lo permitió pero ayer por la tarde, agregó, le dijo que tenía que irse y se marchó.
No podía creer que me hubiera ilusionado tanto, que hubiera hechos tantos planes y que todo se terminara así. Seguí buscando, preguntando, indagando por varios días pero finalmente me convencí que Ronald había sido una ilusión, el producto de un hechizo, una criatura que nació del amor entre el mar y la luna que había sido enviado hasta mi, sólo para hacerme ver cual era realmente mi camino.


Han pasado ya varios años desde entonces, ahora vivo en otro país, con un hombre a quien realmente amo. Es más joven que yo, pero no un adolescente. Sin embargo, cada año, en Marzo, vuelvo al Perú y viajo hasta aquel pueblo . En las noches de luna llena me quedo mirando el mar hasta que amanece, con la esperanza que algún día Ronald aparezca de nuevo frente a mi

AUFWIEDERSEHEN!!

Karlheinz te dijo que entre dos personas que se quieren ninguna separación es para siempre , que en realidad no existen los adioses porque toda despedida no es otra cosa que un simple hasta la vista. Por eso se despidió de ti con un aufwiedersehen, con un hasta la vista.

Gibt es keine lebewohl, Alle abschied ist immer nur aufwiedersehen repitió mientras te rodeaba con sus brazos y tu hubieras querido quedarte pero sabias que tenías que partir.

Pensaste que el estaba equivocado pensaste que si existen adioses que no son hasta la vista . Lebewohl!, ¡Adíos! , dijiste y estabas seguro que en cuanto subieras a aquel avión te irías de Alemania para siempre y que en Köln , y Emdem se quedarían tus recuerdos, los malos y los buenos. Porque a partir de entonces nunca tuviste 18 o 19 años, nunca, a pesar que juraste que los tendrías para siempre.

Por eso no respondiste sus cartas, por eso jamás se lo contaste a nadie y sin embargo Karlheinz no estaba equivocado y aquí estas otra vez en el tren que te lleva de Frankfurt a Köln , y ya puedes ver las torres del Dom elevándose como puntiagudos brazos de piedra listos para abrazarte y darte la bienvenida, como si todo hubiera sido ayer y no hace 15 años, sin hacerte preguntas con un simple y coloquial wie geht’s?.

Hubieras querido negarte pero no podías defraudar las esperanzas de esa gente después que habías alentados sus sueños. ¿Quien iba a decir que los únicos interesados en financiar el proyecto iban a ser alemanes y que te invitarían a reunirte con ellos justamente en Köln?, ¿No podía haber sido en München o en Kaiserlautern, en cualquier otra parte?.

El tren se ha detenido, tomas tu equipaje ( dos años de mochilear por Europa te enseñaron a viajar siempre ligero) y la ciudad de los reyes magos te recibe con su sol pálido de otoño.

Vas a buscar un hotel, no de lujo pero si decente, muy distinto del desván en el que Steve y tu vivían en donde hacía frío y había que caminar agachado para no golpearse la cabeza con las vigas.

Ya estás instalado, son las 10 de la mañana y la reunión esta programada para las 5 de la tarde . No puedes dejarte atrapar por los recuerdos, debes concentrarte en las cifras , verificar que no hayan problemas en la presentación que preparaste. No puedes dejarte atrapar.. debes distraerte, hacer algo... ¡claro! enciende el televisor.

Eso es tener mala suerte (¿o quizás no?) justo tenían que pasar un viejo programa de Musikladen con Nana Moskouri cantando en el auditorio de Trans-Tel, allí donde fuiste una vez con Steve y la viste a ella y a Limahl .No, definitivamente no vas a poder escapar de los recuerdos así que mejor vuelve al la ciudad vieja, camina por el mercado griego , entra a los cafetines de los turcos, siente el olor de los “yiros” , tómate una kölsh., y sumérgete en la ciudad y en tus recuerdos ,enfrenta tus miedos de una vez ...es lo mejor..

Las calles han cambiado poco, pero tu quieres verlas distintas. Mírate en la vidriera de esa panadería. ¿A qué le temes? ¿Crees factible acaso que uno de los inversionistas pudiera reconocerte?. Sin duda es posible que a más de uno le guste levantarse jovencitos los viernes por la noche detrás del banhof pero en el improbable evento que alguna vez te hubiera visto o hubieras subido a su BMW, ¿se acordaría de ti? ¿de ti entre tantos muchachos de piel morena sobre los que alguna vez puso sus manos rollizas y pecosas con olor a tabaco, a los que alguna vez besó con sus labios que tenían sabor a cerveza y salchichas? . Mírate ya no tienes 19 años , has perdido pelo y ganado peso. No hay razón para preocuparse.

Pero no, no es eso a lo que más le temes, lo que más temes es al recuerdo de Steve y de Karlheinz, al recuerdo de cuando fuiste capaz de amar y de entregarte, al recuerdo de quien fuiste y ya no eres... o, quizás temes descubrir que todavía lo sigues siendo, detrás del disfraz que te pusiste el día en que--mientras el avión cruzaba el Atlántico-- decidiste que nada de lo que pasó en Alemania realmente pasó, e inventaste una nueva historia en la que tu viaje por Europa fue sólo para recorrer catedrales y museos, una historia en la que trabajabas lavando platos y nunca descubriste la verdad sobre ti mismo.

Si, eso era.. has pasado quince años metido en tu disfraz y ahora descubres que aquí, en la calle que pasa detrás del banhof, ese disfraz ya no te sirve. A esta hora sólo hay gente entrando y saliendo y algunos taxis esperando pasajeros pero no puedes evitar volver a ver a Steve, buscando alguien que le pague 100 marcos por un polvo, 100 marcos que usará para comprar heroína y a pesar que no debías, te has vuelto a enamorar de él.

El amor no tiene lógica ¿por qué te tenías que enamorar de él, inglés de madre jamaiquina, heroinómano e indiferente?. Nunca lo sabrás, pero lo que si sabes es que empezaste a quererlo desde que te sonrió en el tren esa noche en que te sentías solo y triste luchando con deseos que no te atrevías a reconocer . El te hizo conocer la fascinación de lo sórdido, te sedujo , te mostró el placer y luego te enseñó a cobrar 200 marcos por hacerle el amor a hombres viejos que conducían Mercedes o BMWs y olían a cuero mojado, hombres que buscaban en tu piel bronceada la fantasía de tierras cálidas en donde los incas bailaban flamenco y cantaban cielito lindo. Si, Steve te hizo conocer el amor, pero también sacó lo peor de ti.

Estamos a mitad de Octubre pero para ti es como si una vez más hubiera llegado Diciembre y vieras la primera nieve en tu vida y sintieras una terrible nostalgia de la mesa llena en casa del abuelo, de los regalos y del verano. Porque hacía frío y nada se parecía a las postales, ni a los programas navideños de Donni y Mary. Además, Steve se había ido y el frío mezclado con soledad era todavía más insoportable. No tenias dinero porque cuando la Navidad se acerca nadie quiere sentirse pecador y los autos no pasan en las noches por detrás de la estación. Dabas vueltas por las ferias aprovechando el vino caliente que reparten gratis y mientras escuchabas el eco lejano de Oh Tannenbaum, parado en una esquina cerca de la Iglesia de San Martín, un auto se detuvo y conseguiste dinero para pagar el gas y comprar algo de comer. Dos días después, justo en la Nochebuena, Steve volvió y compartieron una cena de Navidad compuesta de café y yiros en el restaurante de un turco, junto con tres dominicanos , un chileno y dos ecuatorianos.

A pesar de todo te sentiste feliz y le creíste cuando te dijo que te amaba y te pidió tus últimos 20 marcos para comprar chocolate y pan para el desayuno. Nunca regresó y sólo volviste a ver su cuerpo inerte por unos instantes antes que la polizei se lo llevara ,cuando te pasaron la voz de que lo habían encontrado muerto en un baño público a dos cuadras del lugar donde vivían , con la jeringa todavía clavada en las venas.

Anduviste días sin saber qué hacer, días en los que hubieras querido morir para no seguir sufriendo . Hasta que te diste cuenta que tenías 19 años y podías darte el lujo de volver a empezar cuando quisieras, de entregarte al placer sin pensar en el mañana. Juraste que no te volverías a enamorar , juraste que serías joven para siempre.

Volviste a la calle y subiste a decenas de autos y pasaste decenas de noches pagadas en decenas de camas.

Y una noche en que escaseaban los autos de lujo, subiste a un Golf más bien modesto y encontraste que el conductor era más joven que todos los otros que te habían recogido. Mi nombre es Rubén le dijiste y el te contestó que se llamaba Karlheinz , ¿cómo el futbolista?, Si, como Rumenighe.

Aquel empleado de banco te agradó desde el principio, pero igual lo trataste como a todos. Jamás te imaginaste que al día siguiente estaría de nuevo allí y luego otra vez y otra, hasta que te invitó a vivir con el y aceptaste . Y luego de dos meses lo enviaron a trabajar a Emdem , y lo seguiste.

Frente al mar del Norte, en un pueblo pequeño, gris y frío fuiste por primera vez realmente feliz con otro hombre, y por primera vez te diste cuenta que ser homosexual podía significar mucho más que sexo.

Nadie te hizo sentir tan seguro, nadie comprendió tan bien tus sueños , por eso nunca pudiste entender porque te dijo que te marcharas si parecía estar tan enamorado y tu habías aprendido a quererlo, casi a amarlo .

Te dijo que debías encontrarte a ti mismo , que lo mejor era que crecieras y maduraras y que allí no podrías hacerlo.

Y te fuiste, con sentimientos confusos , con la certeza de que el amor entre dos hombres no es posible y encerraste tu corazón en una urna que colocaste debajo de una loza tan grande como la que cubre la tumba de los tres reyes magos en el Dom.

Les contaste a todos la historia que inventaste en el avión y regresaste a la universidad y terminaste de estudiar antropología y luego hiciste un postgrado en economía ...

Has pasado quince años sin volver a enamorarte, sin volver a soñar en ser feliz compartiendo tu vida con otra persona, haciendo todo lo posible por olvidarte de Emdem y recordando solo a veces ( cuando la posibilidad de acercarte a otro hombre se presentaba) , a Steve y las noches en las que te prostituías en Köln. Tus sueños ( los otros, los de tu vida profesional) se fueron haciendo reales entre cálculos de ganancias, puntos de equilibrio y el proyecto de explotación de recursos naturales renovables que podrá ser financiados por un grupo de alemanes , si acaso logras convencerlos.

Son casi las cuatro y treinta y aquí estas, listo para seducirlos con cifras y estadísticas como antes lo hacías con tu cuerpo latino que inspiraba fantasías de sol y piñas coladas. Les hablas de las maravillas del proyecto ( en alemán por su puesto) y alimentas sus sueños de ganar dinero, ayudando de paso a los pobres indígenas de la selva sudamericana...

Todos están de acuerdo , has conseguido su dinero y no han sido 200 sino 2 millones de marcos. Se dan las manos y el asesor bancario de los inversionistas te esta esperando en su oficina para cerrar el trato . Y tu no lo sabes, pero él recomendó que aceptaran el proyecto cuando reconoció tu nombre en los papeles que enviaste y ahora espera que te acerques para decirte con la misma sonrisa y la misma mirada con la que se despidió hace 15 años en Frankfurt , que tenía razón cuando te dijo que no existe un adiós definitivo, que toda despedida es siempre un hasta luego... immer nur aufwiedersehen.


ARENA TIBIA

La noche recién empieza y yo camino descalzo sobre la playa. La arena conserva el recuerdo del día y de la luz y al contacto con sus granos infinitos, se despiertan sensaciones olvidadas, sensaciones que proceden de un tiempo increíblemente lejano, de una noche que aun no ha terminado y que comenzó en esta misma playa poco después del ocaso

Aquel día, había pasado la tarde hundido en pensamientos amargos, soñando con pieles de bronce y mármol, con cuerpos perfectos que permanecerían indiferentes al tiempo. Mas temprano, a media mañana mas o menos, había conocido a Yorgos, el nuevo pupilo y modelo del escultor con quien yo vivía. Me di cuenta de que iba a ser mi reemplazo, tanto en la inspiración de su arte, como en su corazón. Los dioses y héroes que salieran de las manos del artista tendrían sus rasgos y no los míos, como había sido hasta entonces.

Me mire en un espejo y tuve que reconocer que había envejecido. A pesar de mis esfuerzos , mi piel , mi cuerpo de 25 años no podían compararse con la piel y el cuerpo de un jovencito de 16,como Yorgos.

Sentí envidia y rabia. Me parecía que había sido tan solo semanas atrás cuando, coronado de laureles en los juegos, artistas y filósofos me ofrecían obsequios y casi se peleaban por tenerme a su lado. De entre todos había escogido a Práxeles el escultor, porque ofreció darles mi imagen a los Febos, Hermes, Adonis y Ganímedes que salieran de su taller. En ese momento sentí como si aquellas efigies que adornaban los templos y el ágora se rieran de mí. No pude soportarlo y me marche, tome el camino hacia el mar y me quede en la orilla mirando el horizonte, deseando encontrar la manera de que el tiempo se detenga .

El sol se despidió con un festival de colores que hoy puedo recordar conmovido pero que entonces no tomé en cuenta. Llegó la noche y con ella apareció aquel desconocido. Vestía de modo extraño, un poco a la manera de los sármatas . No sé de donde salió pero se sentó a mi lado y me habló. Su voz era encantadora y sus ojos fascinantes. Me contó de las tierras que había conocido, de lo mucho que había vivido. No parecía un anciano y sin embargo hablaba como lo haría un hombre cargado de experiencia y de años. Le hablé de la fugacidad del tiempo, de lo efímeras que son la juventud y la belleza, le conté mi sufrimiento, mi temor de envejecer. Me escuchó con paciencia y con un brillo extraño en la mirada. Cuando hube terminado, tomó mi mano y observándome con una mezcla de ternura y maldad, me ofreció hacerme igual a los dioses, liberarme del tiempo, permitirme conservar mi juventud para siempre.

Al principio no le creí, pero luego me deje llevar por su fascinación y me aferré a la esperanza que me ofrecía. Nuestros cuerpos se unieron en un abrazo, sus manos me acariciaron y pude sentir el deseo en sus labios apretados contra los míos. Aquí, sobre la arena tibia él poseyó mi cuerpo, bebió mi sangre y se llevó mi alma. Se llevó la parte sutil de mi existencia y me dejó solamente la absoluta densidad de los instintos y el peso palpitante de la carne.

No me di cuenta entonces, o quizás no quise darme cuenta, pero había renunciado al día y mi vida iba a desarrollarse en una noche sin fin, en un mundo rojo, bañado por una luz liquida y viscosa que se derramaba sobre una orgía de amantes - víctimas que duró siglos pero que, finalmente, me hastió.

La luna danza sobre las olas haciéndome guiños pálidos y , por alguna razón, ha despertado en mi, deseos de volver a ver al sol bailar sobre esas mismas olas, de sentir su abrazo cálido en mi piel, de llenarme de luz.

Pensé que aquella noche lejana me había liberado de la tiranía del tiempo, pero no fue así, quedé atrapado en él, envuelto en un remolino interminable. Y allí están de nuevo los dioses, los viejos dioses que ya no son mas que ruinas, riéndose, siempre riéndose de mí.

La noche avanza y el velo que cuelga del cielo empieza a perder la profundidad de su color. El instinto me dice que debo ocultarme pero no, hoy no lo haré; he decidido que veinticinco siglos de noche no valen un minuto de luz. Ahora si voy a ser libre, voy a salir del remolino. Por fin he comprendido que la belleza y la vida valen por su brevedad, lo que no cambia esta muerto. El tiempo es un río que debe fluir, es estúpido tratar de detenerlo.

Una línea brillante crece en el horizonte y la luz se hace presente. Espero con ansia sentir el sol en mi cara, entregarme a su abrazo y sus caricias y dejar mi cuerpo arder para recuperar mi alma.



OTOÑO

Han pasado muchos años en verdad, muchos años y sin embargo los recuerdos de esa época todavía me ponen muy triste. Ya no surgen con frecuencia ,he conseguido encerrarlos, bloquearlos muy profundo en mi memoria. Pero existe una clave única , un mágico password que es capaz de abrir el archivo secreto , y es algo tan simple como la caída de una hoja en otoño.

Asi es siempre, algo muy sencillo, incluso trivial como puede ser una canción en la radio , una imagen en el televisor, un vestido , un color , resulta ser el detonante preciso para desencadenar una explosión de recuerdos.

No siempre los recuerdos son tristes , no , muchas veces son agradables y los buscamos a propósito , activando conscientemente el password para poder disfrutar unos instantes de maravillosa ilusión evocando circunstancias, situaciones, sensaciones que ,conforme son mas lejanas, resultan generalmente mas placenteras.

Pero así como de vez en cuando desempolvo un disco y revivo 3 o 4 minutos de una fiesta o reviso viejos Albumes de fotos y recuerdo a amigos que no he visto en años, así mismo , me cuido de salir a caminar en otoño, no sea que de improviso una hoja seca caiga frente a mi, sumiéndome en una tristeza profunda de la que ni los discos ni las fotos , ni siquiera un vídeo de “La Guerra de las Galaxias”, podrán sacarme.

La tristeza se irá sola (hasta ahora siempre lo ha hecho) después de haber agotado mi energía , después de haberme obligado a vivir otra vez cada minuto, a repasar cada hecho y repetir cada palabra. Cuando ya este completamente aplastado, solo entonces , la tristeza se irá con la misma facilidad con la que una ráfaga de viento se llevaría aquella hoja que dio inicio a todo.

Dorado, todo se ve dorado en otoño , incluso la luz del ambiente toma un color de caramelo . La mejor hora para apreciar el color del otoño es la seis de la tarde , a mediados de Octubre , en un parque con muchos árboles.

Era el primer otoño verdadero que vivía porque en la ciudad donde nací y había vivido hasta ese momento , las estaciones no se distinguen, apenas si hay variaciones en los matices de gris. Pero allí, allí no era así; el calor y la exuberancia del verano , con sus cielos rosados hasta las diez o mas, había dado paso a días de luz mas suave , de cielos en tonos que van del ámbar claro al oro viejo.

Yo caminaba distraído mirando , disfrutándolo todo y me detuve sobre un puente pequeño que cruzaba un canal de regadío. De pronto sentí un golpe en la nalga izquierda , una palmada dada al paso. Di la vuelta y vi a una mujer con el pelo rubio flotando en el viento, montadas en una bicicleta roja, que sonreía a lo lejos divertida por mi expresión de sorpresa.

El incidente me sacó de mi arrobamiento romanticón y decidí volver a casa de Hans, donde me hospedaba. Iba a ser hora de cenar y no me gustaba llegar tarde. Caminé rápido y cuando estaba cruzando una plaza, vi a la mujer de la bicicleta roja sentada en una banca bebiendo una botella de agua mineral. No pensé , seguí mi primer impulso y me acerqué a ella.

Al principio ni se fijó en mi , pero luego se dio cuenta de quien era. Yo intentaba buscar las palabras para decir algo, pero mi timidez sumada a mi manejo no muy brillante del alemán, hicieron que me quedara mudo mirándola. Con una sonrisa ella me dijo que como le había parecido que mi trasero era muy bonito, no pudo resistir darme una palmada. Me reí y ella rió conmigo. Recién entonces pude empezar a hablar y conversamos durante una hora o mas. Se llamaba Erika y se dedicaba a hacer cine, vivía en Holanda, pero viajaba frecuentemente a Köln. Me preguntó sobre lo que hacía , de donde venía y otras cosa. Ese día llegué tarde a cenar.

Luego de esa primera vez, encontré a Erika varias veces en el mismo parque, siempre por la tarde. Me di cuenta de que me atraía y me pareció sentir que yo también le gustaba. Tendría unos 30 años, es decir once mas que yo, pero eso la hacía todavía mas interesante.

Erika tenía algo especial , un poco confuso , a la vez intimidante y seductor. Por momentos podía sentir que me manipulaba, que jugaba conmigo con la adorable perversidad de un gatito con el primer ratón que ha cazado, y eso me fascinaba, me hacía desear cada vez mas, perderme en el brillo cautivadoramente perverso de sus ojos azules.

Como ala semana de conocernos me invitó a su casa. Por mi mente cruzó enese momento un huracán de imágenes lujuriosas , proporcionalmente tan bizarras como mi timidez. Ya he dicho que era tímido pero además , no me avergüenza confesarlo, era virgen. Si , a mis 19 años jamás había estado con una mujer y por eso ,entre otras razones , había emprendido ese viaje. Me pareció que lejos de mi casa y de la sobreprotección de mis padres, quizás podría vencer mis temores , descubrir el sexo y hasta el amor.

Hasta antes de conocer a Erika no había hecho ningún progreso, me había limitado a visitar iglesias , castillos y museos. Hans , mi primo , me había dicho que si seguía así, me llevaría a Amsterdam para que perdiera mi virginidad. Mi lado romántico ,que era muy grande entonces , no quería que mi primera vez ocurriera en una vidriera, tras una cortina y a cambio de 200 guilder. Por eso la invitación de Erika había encendido mi mente.

Cuando llegué a su casa todo lo que había imaginado , todo lo que había pasado por mi mente afiebrada se hizo realidad. Erika me enseñó como hacer el amor de cientos de formas distintas, me enseñó a sacar del sexo un grado de placer ilimitado . Acudí a su casa varias noches y las pasé entre sábanas rojas o negras , sobre alfombras de piel , siempre rodeado de espejos, en algo que yo creí debía parecerse al paraíso.

Pero cometí un gran error , me enamoré. Si, me enamoré de Erika con la misma pasión con la que le había entregado mi cuerpo., con todo el ardor de mi juventud.

Y entonces todo se deshizo, como una hoja seca estrujada o pisoteada con furia.

Ella fue a buscarme a casa de Hans, me dio unos pasajes y me dijo que eran un regalo. Me pidió que firmara unos papeles aceptándolos y lo hice. Se despidió rápido y antes de irse me dejó un sobre.

Dentro del sobre habían 3,000 marcos y una carta que decía simplemente:

Javier:

La pasé muy bien contigo. Acepta este otro regalito y sigue tu viaje. Diviertete.

Adios.

Erika

No comprendí nada, fui a buscarla y me dijeron que se había ido junto con el equipo de filmación que había alquilado la casa. Le conté a Hans y el se rió, me llevó a un sex-shop y allí encontré la foto de Erika. Era una actriz porno y yo había sido su “partner” ocasional. Por eso habían tantos espejos en la casa. Los papeles que firmé seguramente habían sido mi consentimiento.

Tiempo después me vi en un vídeo con Erika y mi corazón se secó, se murió mi lado romántico y mis deseos de encontrar el amor. A partir de entonces descubrí que podía ser tan perverso como Erika y me di cuenta que tenía un don – además del don de escribir, por supuesto.

Estoy seguro que las mujeres y hombres que han pagado por pasar un par de horas conmigo, jamás podrían creer que Alguna vez fui inocente, tímido y romántico.

Y eso es lo que me pone triste , me pone triste darme cuenta de que no soy mas que un objeto con el que otros satisfacen sus deseos y a mi...no me importa serlo.

Jorge Alberto Chávez Reyes