viernes, 11 de noviembre de 2011

Nada mas importa

Los planes que ella y yo habíamos hecho, mis sueños (que ahora no se si eran realmente mios), lo que esperaban su amigos y los mios...todo desaparece ante mis ojos, como un dibujo hecho con lapices de colores al que, de pronto, le cae agua.

Todo se borra, los colores antes brillantes y vivos se mezclan y se confunden, se disuelven...la casita de techo rojo, la sagrada y perfecta familia...todo.

Y es que lo que crei que queria ya no quiero, lo que pensé que me haría feliz solo me oprime.

Porque te encontré, porque sentí...si, sentí con el corazón y no sólo con mi cuerpo.

Porque dejé atrás los rituales, me olvidé de las formas y acepté tomarte de la mano y dejar que todos me vean, que nos vean...

Pero lo que digan, sus insultos, sus silbidos, sus burlas...no me importan.

Te quiero aunque ellos no certifiquen ni bendigan nuestros planes, aunque nuestra casita no la dibujen los niños y nuestra familia no sea sea perfecta y sagrada.

Te quiero y ya nada más importa.

martes, 18 de octubre de 2011

SOLOS EN EL UNIVERSO

Bitácora del Observatorio Plutón, DS/ 2M03456

Hace más de un millón de años los seres humanos salimos de la Tierra y comenzamos a explorar el espacio. Entonces, muchos tenían la idea que íbamos a conocer otros seres y especies, y encontrar un número enorme de mundos habitados. Pero lo limitado de la tecnología de esa época impidió hacer realidad este deseo durante los primeros siglos. Luego de dominar la velocidad de la luz y los secretos de los "agujeros de gusano", y siempre con esa idea en mente, avanzamos ansiosos a través de la galaxia en búsqueda de hacer contacto. Sin importar cuanto tardara en llegar, los humanos seguimos soñando con ese famoso "primer contacto" durante miles de años.

Al empezar la "conquista del espacio" y a lo largo de los primeros milenios, las vidas humanas eran breves, lo que dificultaba viajar fuera de la Galaxia, pero los avances de la ciencia y los secretos que fuimos develando conforme comprendíamos mejor el universo, hicieron que nuestras vidas se hicieran más y más largas hasta volvernos prácticamente inmortales. Cuando el tiempo dejó de ser una limitación descubrimos que el universo, a pesar de su inmensidad, no es infinito y nos dispusimos conocer todos sus confines.

Aunque durante nuestra constante y aventurera expansión por el Universo, se fundaron colonias cada vez más lejanas, los seres humanos seguimos sintiéndonos vinculados a la Tierra y nuestro planeta de origen se convirtió en un santuario, en un lugar de peregrinación al que siempre regresábamos para no perder la esperanza. La tierra con todo y lo maravillosa que era, era un planeta como muchos y no podía ser el único habitado en el universo, pensábamos.

Pero lo cierto fue que en esa búsqueda de cientos de miles de años nunca encontramos otras manifestaciones de vida y finalmente tuvimos que aceptar que estábamos solos, que los humanos éramos los únicos seres vivientes que poblábamos el universo. Los ecos subespaciales, todos los otros aparentes signos de vida extraterrestre que nos hicieron pensar en la existencia de otras civilizaciones y que nos impulsaron a lanzarnos a explorar el cosmos, en realidad procedían de un tiempo anterior y quienes los emitieron alguna vez, habían desaparecido mucho antes que la vida surgiera sobre la Tierra. Al parecer solo una especie habita el universo a la vez en un ciclo de nacimiento expansión y muerte que se ha repetido por eones.

Eso nos llevó a comprender que todo lo que existe, a pesar de la ilusión de eternidad que significa medir el tiempo en milenios, llega tarde o temprano a su fin. Lo comprendimos justo cuando el Sol, la estrella que se siempre fue el símbolo de nuestra civilización cósmica, comenzó su inexorable proceso de extinción convirtiendo a la Tierra en una roca calcinada girando a su alrededor. Fue entonces cuando se estableció este observatorio, ubicado en la órbita de Plutón, desde el cual los peregrinos pueden observar con respeto lo que queda de nuestro planeta madre.

He sido guardián de este observatorio desde hace muchísimo tiempo, pero mi tarea terminará muy pronto. Dentro de sólo unas horas, el Sol estallará arrasando con los últimos vestigios de los planetas que giraban a su alrededor y este observatorio también desaparecerá.

Sin embargo, es posible que no se trate únicamente del fin del viejo planeta azul. Algunos científicos opinan que hay condiciones particulares que permiten prever que la explosión del Sol iniciará una reacción en cadena y toda la Galaxia se conviertirá en un torbellino de materia en ebullición. De ocurrir así, desaparecerá también toda nuestra civilización y únicamente sobrevivirían unas pocas colonias, ubicadas fuera de la Vía Láctea.

Luego de reflexionar, hemos decidido esperar sin intentar escapar del que sea nuestro destino. Después de todo, habiendo explorado ya todo el universo, quedan muy pocos retos y estímulos para seguir existiendo y la muerte puede ser el único territorio desconocido que queda por explorar.

Nacer, crecer, morir...son las leyes del Universo y las acato. Pero, no he podido evitar ceder ante la última tentación de inmortalidad y hacer una última transmisión con la esperanza que quizás, dentro de algunos eones esta emisión subespacial llegará a los oídos de algún ser inteligente y alimentará sus sueños de salir al espacio a buscarnos...

Y el ciclo habrá vuelto a empezar.

Placeres Mediterráneos

La noche del viernes tenía que ser muy especial porque era nuestro “aniversario”; no porque se cumpliera un año de ser pareja, en realidad sólo habían pasado 3 meses pero sentimos que haber logrado estar juntos en medio de tantos problemas era algo que, definitivamente, merecía celebrarse.

Nuestra primera idea fue salir a comer y luego ir a una discoteca pero, ya que mis padres estaban de viaje y teníamos la casa sólo para nosotros, preferimos celebrar con una cena que yo prepararía y pasar la noche juntos, oportunidad que no se nos presentaba con frecuencia. El vino sería su aporte y el “postre” lo prepararíamos entre los dos fue el acuerdo. Por entonces aún no conocía mis dotes en la cocina por lo que me di cuenta que aceptó la idea con cierto recelo, tal vez hubiera preferido que compráramos algo listo. ¿Qué vas a preparar? preguntó, a lo que respondí que sería una sorpresa . Agregó entonces, con aire de sommelier ,que sólo quería saberlo para escoger el vino. Trae uno que vaya bien con pastas, dije para finalizar la pequeña discusión.

El día llegó y, saliendo de trabajar, me fui al supermercado. Tenía planeada un cena mediterránea, con ensalada griega y lasaña, así que me puse a buscar los ingredientes. Una coliflor pequeña y fresca, tomates, albahaca, queso de cabra, aceitunas...fui marcando en mi lista de ingredientes. Faltaban las cebollas. También necesito algunas para la salsa de carne , pensé y puse algunas más en la bolsa. Compré la pasta, me dirigí a la sección de carnes y mandé moler ¾ de kg. de bistec. Compré queso fresco, mozzarella, edam, parmesano y cajamarquino. También jamón, champiñones y pasta de tomate. El aceite de oliva, la leche y demás ingredientes ya los tenía.

Una vez en casa y acomodado en la cocina, empecé la preparación. Puse a hervir el agua para cocinar la pasta para la lasaña y me puse a preparar el tuco, según la receta de mi abuela, cocinando tomates, cebollas y zanahorias enteras con una generosa ración de vino tinto para pasarlas luego por un tamiz . La salsa blanca, en cambio, la preparé usando la licuadora lo que hubiera horrorizado a cualquier chef tradicional.

La pasta ya estaba cocida. Busqué una fuente cuadrada de cerámica , coloqué en el fondo una capa de tuco, una de salsa blanca y las cubrí con las tiras de lasaña. Más tuco y salsa blanca, trozos de queso, jamón y champiñones, otras vez la pasta. Así proseguí hasta que la fuente estuvo llena, la cubrí con queso parmesano rallado y la dejé, esperando el momento preciso para ponerla al horno. Luego, preparé todo para la ensalada. Cociné la coliflor, piqué tomates, cebolla, albahaca y queso. La puse en el refrigerador junto al aliño de aceite de oliva, enebro, naranja y ajo, guardado en una botella.

Dieron las 7 y 30. Los platos están sobre la mesa, también los cubiertos, hay piqueo de queso y aceitunas en el refrigerador. Todo está listo. Hora de subir y arreglarme. Una ducha, perfume, ropa limpia y justo cuando terminaba de acomodarme el pelo por séptima vez antes de que se seque el gel, oí el timbre. Allí estaba.

Entró, nos abrazamos y puso en mis manos tres botellas de vino, dos Tacama Rosé semi-seco y un tinto Asti-Vera. ¿Abrimos una?...Claro, ya venían a la temperatura ideal. Sentados, uno al lado del otro, bebiendo vino y comiendo queso y aceitunas lo pasamos muy bien...tanto que olvidé poner al horno la lasaña. Eran las 9:30 cuando lo recordé. A las 10 toda la casa se había inundado del olor del queso fundido mezclado con perfume de laurel y de orégano. Saqué la ensalada del refrigerador, la rocié con el aliño y la puse sobre la mesa, también coloqué sobre una tabla la fuente de lasaña. Sus ojos brillaban...creo que no pensó jamás que lo que iba a cocinar podría lucir tan bien.

Un compacto con una selección heterodoxa de temas de Vangelis, Nana Moskouri, Maria Callas y Laura Pausini fue nuestra música de fondo. Servimos el vino tinto y empezamos a comer. Había logrado que todo quedara delicioso y pude notar en su rostro la satisfacción y seguro que notó en mi rostro la expresión de triunfo. Los quesos, el tomate, el jamón y la pasta se fundían entremezclando sabores y texturas mediterráneas, para los que la ensalada ya había preparado nuestro paladar. El áspero sabor del tinto acompañaba perfectamente la experiencia .

Creo que jamás he preparado una mejor lasaña. La temperatura, la cocción, los ingredientes todo había alcanzado un equilibrio perfecto Comimos sin hablar demasiado , en una maravillosa comunión gastronómica, intercambiando miradas que expresaban distintos matices de placer: el placer de habernos conocido, de estar juntos esa noche, de compartir esa cena. Miradas que anticipaban los placeres que nos aguardaban el resto de esa noche celebrando, como si fuéramos seres mitológicos recorriendo las colinas de Toscana o danzando en las orillas del Egeo.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Ella no eres tu

Tu cuerpo es tan distinto al de el, pero es caliente. Tu olor es muy distinto al de el, pero es dulce. Tu piel es suave, mucho mas que su piel.  Tu voz, no es su voz, sus ojos no son tus ojos..pero tu estas aqui. Y el ya no.
Hazlo, convenceme, seduceme, borra con tus curvas sus angulos, limpiame de su aliento.
Intenta que mi corazón vuelva a latir.
Enciendeme con tus besos.
Dame vida en tus caricias.
Si, ya se que no estoy siendo honesto. Ya sé que deberia contarte mi pasado...pero me pregunto , ¿para qué?. El no va  volver. Y su recuerdo me hace daño.
Te pido que mates mi pasado que  limpies mi memoria de su presencia ausente. Sigue con lo que estas haciendo...sigue.
Mi cuerpo responde pero aún el sigue aqui, en mi mente. Sus manos aun detienen el flujo de mi sangre...
Se mas fuerte, usa tus mejores armas. Has que el retroceda. Obligalo a dejarme libre.
Eres tan bella y el era tan hermoso.
Eres tan tierna, el tan apasionado.
Por favor, déjame. Tu ya no puedes darmelo que ella me ofrece. Te ame pero no puedo seguir aferrado a tu  recuerdo. Libérame.
Si, entiendo que ahora solo vives dentro de mi. Entiendo que no deseas una segunda muerte, pero, entonces, ¿debo tambien morir yo para volver a estar juntos?
Tu eras deseo, impetu...lujuria. Ella despierta mi ternura, a su lado vislumbro posibilidades que nosotros tuvimos prohibidas.
Si, si,escucho lo que digo. Parece que renuncio a lo que proclame siempre. Parece que traiciono los juramentos que te hice y que reniego de la lucha que emprendimos juntos.
Estoy tan confundido. Dime, ¿que hago?

Mi corazón late como no lo hacia hace mucho. Late pero ya no sabe como hacerlo. La sangre fluye sin control por canales derruidos. Me inunda, me ahoga.

¿Me aferro a la vida que me ofrece ella, o me entrego a la muerte que viene a reclamar que cumpla las promesas que te hice ?.







domingo, 5 de junio de 2011

ALASKA

Hace frío y para colmo ha empezado a llover. En pocos minutos las veredas se llenan de barro, los vendedores ambulantes cubren su mercadería con bolsas de plástico y el cielo gris se vuelve negro. Son un poco más de las seis pero ya parece de noche, los autos y las combis circulan con sus luces encendidas.

Abriéndose paso entre la gente que va y viene, el olor de los anticuchos, los choclos hirviendo y el emoliente, Juan se acerca a su destino. Tiene hambre. Los letreros le ofrecen hamburguesas, pollo broster, chifa al paso, pero no tiene dinero y debe conformarse con imaginar la mayonesa y el ketchup escurriendo sobre las papas fritas y un trozo de pollo crujiente.

Se ubica en el portal, un poco a resguardo de la garúa pero lo suficientemente visible. Espera con las manos metidas en las mangas de su camisa, tratando de abrigarse, observando los autos, a ver si alguno se detiene.

Los cambios entran con dificultad, el viejo motor se rebela. Son ya casi 20 años, dos bajadas, más de un cuarto de millón de kilómetros. Mientras espera frente a un semáforo, decide que ya está bien, que necesita relajarse, descansar un poco, antes de entrar a trabajar a las nueve, así que saca el rótulo que dice “Taxi” del parabrisas.

Dobla a la derecha y entra a la plaza. Entonces lo ve y se siente atraído por las líneas finas del rostro y el cuerpo delgado del jovencito que está parado en el portal. Sus pensamientos se deslizan por la pendiente de la líbido y el cuerpo responde. Se detiene, Juan se acerca y sube.

“Treinta soles, nada menos, si no, me bajo”. Su voz era tan ambigua como su apariencia a medio camino entre niño y adulto, ente hombre y mujer.

“Está bien chibolo, pero sale con todo”. Juan mueve la cabeza aceptando la condición. No dice nada pero lo observa: pelo corto, bigote, algo excedido de peso. “No es feo el tío”. “¿Puedes prender la radio?” Empiezan a sonar las canciones que el muchachito tararea, mientras siente la mano callosa del hombre mayor apretándole las piernas.

Por culpa del tránsito, el camino de pocas cuadras hasta el hostal les toma casi quince minutos.

“Documentos por favor”, Muestra un carnet. “Son diez soles”. Paga y le dan un poco de papel higiénico de color indefinido y una bolsa. “Aquí tiene la llave, es por la escalera a la derecha”.

Una tarima con un colchón forrado de hule apenas cubierto por un par de sábanas delgadas. Olor a humedad, una mesa vieja y algunas cucarachas pequeñitas caminando sobre el polvo acumulado en las rendijas. Se quita la camisa sudada y se afloja la correa, sentado en el borde de la cama, mientras ve al chiquillo desnudarse por completo y acercársele cubriéndose con las manos esa única parte que es definitivamente masculina.

“Dame el condón” le pide. Busca en el bolsillo y se lo entrega, aprovechando para acariciarle las nalgas mientras Juan extrae el preservativo y lo limpia un poco con saliva para quitarle el sabor del lubricante.

Se echa atravesado sobre la cama, y deja que le bajen los pantalones, la trusa y liberen su excitación endurecida. Le colocan el condón y empieza el trabajo del adolescente. Es un experto, lo ha hecho muchas veces, lo disfruta y - claro - le sirve también para comer algo más que el plato de arroz con lentejas que le dan en su casa a él y sus cuatro hermanos. También para divertirse y olvidar su aburrimiento, entre las luces negras y cortadoras de su discoteca favorita.

Las manos grandes y toscas le acarician y luego, lo toman por la cintura y lo depositan sobre la cama. Segunda parte.

Deja caer los pantalones hasta que se le quedan atorados en los tobillos y acomete con ganas, con vehemencia, provocando dolor. “Espera un poco, duele”. “Aguanta no más chibolo”. Ruidos extraños producto de la fricción, un dolor que es a la vez agradable, ganas de orinar. Jadeos, choque de nalgas sobre caderas y una sensación que alcanza la cima y decae al tiempo que la presión en su interior disminuye. Es todo.

“Aquí tienes tu plata, si quieres te puedes ir”. “Está bien” responde Juan volviéndose a vestir con los billetes en la mano, apretados. Con dinero la calle se ve distinta, la noche invita al movimiento. “Póngale bastante mayonesa, ketchup y poquito ají”. Come con placer, saboreado el olor grasoso, dulce y picante que envuelve el pollo y las papas. Se toma su tiempo, lo disfruta, extrayendo hasta la última gota de sabor de los huesos del pollo. Toma el sorbo final de gaseosa, eructa y se limpia las manos.

Ya no llueve pero las veredas están resbalosas. Avanza distraído, mirando a los chicos y chicas que salen de las academias o que se esfuerzan frente a un teclado y una pantalla y son exhibidos al otro lado de paredes de vidrio, va mirando las revistas, los volantes pisoteados. Compra un cigarro y sigue su camino. Un hombre bajito y musculoso hace movimientos de artes marciales en medio de un círculo de curiosos. Sonido de salsa neoyorkina y rap argentino mezclados en el aire.

Una puerta, un vigilante. “Ojalá no pidan papeles”. Tiene suerte. Lo conocen y entra sin problemas. No saben que aún no tiene libreta electoral, nada más que su boleta y la dejó en su casa para que no se pierda.

Hay mucha gente y siente calor. Jovencitos y mayores bailan liberando sus ganas reprimidas, expresando con movimientos sus deseos de poder ser como son.

Juan se encuentra con unos amigos, compra una cerveza y conversa a gritos mientras “El General” y grupos tecno, hechos en serie, llenan el ambiente con sonidos electrónicos. Un rato después se pone a bailar con toda la energía de sus diecisiete años, mirándose en el espejo cubierto del vaho de la transpiración de tantos cuerpos que se mueven.

Pasan las horas entre cerveza, risas y manoseos. Son más de las doce y se dispone a irse cuando ve que la puerta está cerrada y por todo el local aparecen hombres vestidos de verde portando armas. “¡Una batida!” El pensamiento que se le cruza por la mente en ese instante lo hace ponerse pálido.

“A ver señores...sus documentos.”

La música sigue sonando mientras los policías se acercan a la gente apoyada en las paredes. Una canción comienza, es el himno de todos los marginados, de todos los diferentes. Es “Alaska”. Qué pena que la pongan justo en ese momento.

Juan y otros chicos sin papeles son subidos en una camioneta. Uno de los policías, de pelo corto y bigote, un poco subido de peso, le golpea las nalgas y le hace un guiño. “No te preocupes chibolo al toque sales. El viernes arreglamos”.

Dentro, la voz ronca de Alaska sigue sonando “a quién le importa lo que yo haga”.

Lima, 1996