La noche del viernes tenía que ser muy especial porque era nuestro “aniversario”; no porque se cumpliera un año de ser pareja, en realidad sólo habían pasado 3 meses pero sentimos que haber logrado estar juntos en medio de tantos problemas era algo que, definitivamente, merecía celebrarse.
Nuestra primera idea fue salir a comer y luego ir a una discoteca pero, ya que mis padres estaban de viaje y teníamos la casa sólo para nosotros, preferimos celebrar con una cena que yo prepararía y pasar la noche juntos, oportunidad que no se nos presentaba con frecuencia. El vino sería su aporte y el “postre” lo prepararíamos entre los dos fue el acuerdo. Por entonces aún no conocía mis dotes en la cocina por lo que me di cuenta que aceptó la idea con cierto recelo, tal vez hubiera preferido que compráramos algo listo. ¿Qué vas a preparar? preguntó, a lo que respondí que sería una sorpresa . Agregó entonces, con aire de sommelier ,que sólo quería saberlo para escoger el vino. Trae uno que vaya bien con pastas, dije para finalizar la pequeña discusión.
El día llegó y, saliendo de trabajar, me fui al supermercado. Tenía planeada un cena mediterránea, con ensalada griega y lasaña, así que me puse a buscar los ingredientes. Una coliflor pequeña y fresca, tomates, albahaca, queso de cabra, aceitunas...fui marcando en mi lista de ingredientes. Faltaban las cebollas. También necesito algunas para la salsa de carne , pensé y puse algunas más en la bolsa. Compré la pasta, me dirigí a la sección de carnes y mandé moler ¾ de kg. de bistec. Compré queso fresco, mozzarella, edam, parmesano y cajamarquino. También jamón, champiñones y pasta de tomate. El aceite de oliva, la leche y demás ingredientes ya los tenía.
Una vez en casa y acomodado en la cocina, empecé la preparación. Puse a hervir el agua para cocinar la pasta para la lasaña y me puse a preparar el tuco, según la receta de mi abuela, cocinando tomates, cebollas y zanahorias enteras con una generosa ración de vino tinto para pasarlas luego por un tamiz . La salsa blanca, en cambio, la preparé usando la licuadora lo que hubiera horrorizado a cualquier chef tradicional.
La pasta ya estaba cocida. Busqué una fuente cuadrada de cerámica , coloqué en el fondo una capa de tuco, una de salsa blanca y las cubrí con las tiras de lasaña. Más tuco y salsa blanca, trozos de queso, jamón y champiñones, otras vez la pasta. Así proseguí hasta que la fuente estuvo llena, la cubrí con queso parmesano rallado y la dejé, esperando el momento preciso para ponerla al horno. Luego, preparé todo para la ensalada. Cociné la coliflor, piqué tomates, cebolla, albahaca y queso. La puse en el refrigerador junto al aliño de aceite de oliva, enebro, naranja y ajo, guardado en una botella.
Dieron las 7 y 30. Los platos están sobre la mesa, también los cubiertos, hay piqueo de queso y aceitunas en el refrigerador. Todo está listo. Hora de subir y arreglarme. Una ducha, perfume, ropa limpia y justo cuando terminaba de acomodarme el pelo por séptima vez antes de que se seque el gel, oí el timbre. Allí estaba.
Entró, nos abrazamos y puso en mis manos tres botellas de vino, dos Tacama Rosé semi-seco y un tinto Asti-Vera. ¿Abrimos una?...Claro, ya venían a la temperatura ideal. Sentados, uno al lado del otro, bebiendo vino y comiendo queso y aceitunas lo pasamos muy bien...tanto que olvidé poner al horno la lasaña. Eran las 9:30 cuando lo recordé. A las 10 toda la casa se había inundado del olor del queso fundido mezclado con perfume de laurel y de orégano. Saqué la ensalada del refrigerador, la rocié con el aliño y la puse sobre la mesa, también coloqué sobre una tabla la fuente de lasaña. Sus ojos brillaban...creo que no pensó jamás que lo que iba a cocinar podría lucir tan bien.
Un compacto con una selección heterodoxa de temas de Vangelis, Nana Moskouri, Maria Callas y Laura Pausini fue nuestra música de fondo. Servimos el vino tinto y empezamos a comer. Había logrado que todo quedara delicioso y pude notar en su rostro la satisfacción y seguro que notó en mi rostro la expresión de triunfo. Los quesos, el tomate, el jamón y la pasta se fundían entremezclando sabores y texturas mediterráneas, para los que la ensalada ya había preparado nuestro paladar. El áspero sabor del tinto acompañaba perfectamente la experiencia .
Creo que jamás he preparado una mejor lasaña. La temperatura, la cocción, los ingredientes todo había alcanzado un equilibrio perfecto Comimos sin hablar demasiado , en una maravillosa comunión gastronómica, intercambiando miradas que expresaban distintos matices de placer: el placer de habernos conocido, de estar juntos esa noche, de compartir esa cena. Miradas que anticipaban los placeres que nos aguardaban el resto de esa noche celebrando, como si fuéramos seres mitológicos recorriendo las colinas de Toscana o danzando en las orillas del Egeo.