Al empezar la "conquista del espacio" y a lo largo de los primeros milenios, las vidas humanas eran breves, lo que dificultaba viajar fuera de la Galaxia, pero los avances de la ciencia y los secretos que fuimos develando conforme comprendíamos mejor el universo, hicieron que nuestras vidas se hicieran más y más largas hasta volvernos prácticamente inmortales. Cuando el tiempo dejó de ser una limitación descubrimos que el universo, a pesar de su inmensidad, no es infinito y nos dispusimos conocer todos sus confines.
Aunque durante nuestra constante y aventurera expansión por el Universo, se fundaron colonias cada vez más lejanas, los seres humanos seguimos sintiéndonos vinculados a la Tierra y nuestro planeta de origen se convirtió en un santuario, en un lugar de peregrinación al que siempre regresábamos para no perder la esperanza. La tierra con todo y lo maravillosa que era, era un planeta como muchos y no podía ser el único habitado en el universo, pensábamos.
Pero lo cierto fue que en esa búsqueda de cientos de miles de años nunca encontramos otras manifestaciones de vida y finalmente tuvimos que aceptar que estábamos solos, que los humanos éramos los únicos seres vivientes que poblábamos el universo. Los ecos subespaciales, todos los otros aparentes signos de vida extraterrestre que nos hicieron pensar en la existencia de otras civilizaciones y que nos impulsaron a lanzarnos a explorar el cosmos, en realidad procedían de un tiempo anterior y quienes los emitieron alguna vez, habían desaparecido mucho antes que la vida surgiera sobre la Tierra. Al parecer solo una especie habita el universo a la vez en un ciclo de nacimiento expansión y muerte que se ha repetido por eones.
Eso nos llevó a comprender que todo lo que existe, a pesar de la ilusión de eternidad que significa medir el tiempo en milenios, llega tarde o temprano a su fin. Lo comprendimos justo cuando el Sol, la estrella que se siempre fue el símbolo de nuestra civilización cósmica, comenzó su inexorable proceso de extinción convirtiendo a la Tierra en una roca calcinada girando a su alrededor. Fue entonces cuando se estableció este observatorio, ubicado en la órbita de Plutón, desde el cual los peregrinos pueden observar con respeto lo que queda de nuestro planeta madre.
He sido guardián de este observatorio desde hace muchísimo tiempo, pero mi tarea terminará muy pronto. Dentro de sólo unas horas, el Sol estallará arrasando con los últimos vestigios de los planetas que giraban a su alrededor y este observatorio también desaparecerá.
Sin embargo, es posible que no se trate únicamente del fin del viejo planeta azul. Algunos científicos opinan que hay condiciones particulares que permiten prever que la explosión del Sol iniciará una reacción en cadena y toda la Galaxia se conviertirá en un torbellino de materia en ebullición. De ocurrir así, desaparecerá también toda nuestra civilización y únicamente sobrevivirían unas pocas colonias, ubicadas fuera de la Vía Láctea.
Luego de reflexionar, hemos decidido esperar sin intentar escapar del que sea nuestro destino. Después de todo, habiendo explorado ya todo el universo, quedan muy pocos retos y estímulos para seguir existiendo y la muerte puede ser el único territorio desconocido que queda por explorar.
Nacer, crecer, morir...son las leyes del Universo y las acato. Pero, no he podido evitar ceder ante la última tentación de inmortalidad y hacer una última transmisión con la esperanza que quizás, dentro de algunos eones esta emisión subespacial llegará a los oídos de algún ser inteligente y alimentará sus sueños de salir al espacio a buscarnos...
Y el ciclo habrá vuelto a empezar.