Dieciocho horas. Un tiempo que parece infinitamente largo para pasarlo metido en un cilindro de aluminio, a no sé cuantos miles de metros encima del Océano Pacífico. Y, sin embargo, esas dieciocho horas se me hacen nada, apenas suficientes para tratar de poner en orden mis ideas, para pensar en lo que voy a hacer y te voy a decir cuando llegue a Auckland.
“Desea tomar algo señor”. ”No todavía, gracias”. ”¿Una almohada?” “Gracias, no...aunque, pensándolo bien ¿me traería un whisky?”
Resulta que, de pronto, hace dos días, soy padre. Es decir, hace casi diez años que lo soy, pero para mí ese era un título inmerecido, casi diría, un accidente en mi pasado. Un cheque dos veces al año, algunas fotografías y postales en Navidad y en tu cumpleaños. Esa era la única relación que había existido entre tú y yo. A veces, luego de tomar unos tragos en el bar o conversando con una amiga comprensiva, mostraba esas fotos y decía, creo que con orgullo, “Esta niñita es hija mía, linda ¿no?”, para luego explicar que vivías muy lejos, con tu madre.
“¡Toño! Ha llegado una carta para ti.”
“Dámela mami...debe ser de mi nueva amiga por correspondencia. ¿Te acuerdas que le escribí hace como un mes?
Y sí, esa era la carta. La enviaba Diane Longwood y venía en un sobre celeste, escrita sobre papel rosado decorado con dibujitos de Sarah Key. Había escogido a Diane en la lista que me envió el I.Y.S., porque teníamos la misma edad, nos gustaba la música y porque quería practicar Inglés.
“¿Dónde queda Nueva Zelandia mami?”
“Ven mira”- dijo mi madre llevándome hacia el mapamundi.
“Aquí es”
“¿ Esa manchita rosada? “Ajá”. “¿Está lejos?” “Sí, al otro lado del mar” “¿ Y el mar es muy grande?,” “Enorme” “¿Y no se puede ir en tu carro?” “No hijo, para llegar a Nueva Zelandia hay que ir en avión.” “ ¡Ah! ¿cómo en esos en los que siempre viaja mi papá?” “Ajá”.
Poco a poco descubrí más sobre ese país lejano. Diane me escribió de los volcanes, de los bosques, el ganado y los kiwis. Sí, ¡los kiwis! Unos pájaros tan raros y a la vez tan especiales. Me envió una fotografía de uno. La hice ampliar y la colgué en mi cuarto. Desde ese momento Diane fue para mí la “niña del kiwi”.
...Me gustan mucho tus cartas Toni. Escribes muy bien (...) Estoy feliz de ser para ti la “niña del kiwi”. Tú eres para mí el muchacho que vive en donde nace el sol. The boy from the rising sun!
Las cartas sirvieron para hacernos muy amigos. Más aún, gracias a ellas surgió un romance entre los dos. Nos contábamos todo. Temores, dudas, penas, alegrías. Cuando le conté que estaba muy triste por la muerte de mi perro "Ralf"--un hermoso collie que me regalaron cuando yo era apenas un bebé--,ella me envió una caja de chocolates y una postal que sólo decía :“Sonríe”. Además de cartas y postales empezamos a intercambiar regalos por “San Valentín”, por Navidad, por nuestro cumpleaños . También fotos y casettes. Hasta inventamos una manera de ponernos en contacto. Fue una idea loca. Se nos ocurrió que un día, a la misma hora (6 de la mañana para mí, 11 de la noche para ella), los dos iríamos a la playa y tocaríamos el agua para así "conectarnos" a través del mar, a cuyas orillas vivíamos. Desvaríos románticos de adolescentes solitarios.
Pero estábamos enamorados. Al menos, eso creíamos. El único problema es que era un amor de papel y sellos postales, un amor a la vez unido y separado por una enorme mancha celeste en los mapas, el Océano Pacífico.
“¡Mamá!” “Sí...¿qué pasa?”, “¡Diane va a venir a Lima!” “¿Cómo?” “Su papá viene a trabajar aquí por un convenio de cooperación...”
Fue la mayor sorpresa de mi vida. Luego de seis años de escribirnos, por fin íbamos a estar frente a frente. Sentí alegría y miedo. “¿Y si no le gusto cuando me vea? Una cosa son las fotos pero...”
El día que nos vimos por primera vez en el aeropuerto, la encontré más bonita de lo que esperaba. A ella -- me dijo después-- yo le parecí guapo, aunque un poco bajo de estatura.
“¿Vas a salir otra vez con Diane?” “Sí mamá”. “Ten cuidado con lo que hagas Toño. Las gringas son más adelantadas que las chicas de aquí” ,”No te preocupes, ella es una chica tranquila, como yo. Además, ¿acaso no confías en tu hijo?” .
En verdad Diane, criada en un pueblo pequeño, era bastante conservadora. Pero, eso no evitó que cierta vez, un día, sus deseos y los míos coincidieran y no pudiéramos detenernos. Aquella vez todas mis fantasías románticas se hicieron realidad con toda la pasión y las ganas que uno tiene a los diecisiete años. Fue mi primera vez, nuestra primera vez. Me hice hombre de la manera más hermosa, que puede haber, con la mujer de quien estaba enamorado.
Luego de aquella vez, hubieron otras. Nuestro romance de papel se volvió un amor que se hacía deseo y buscaba satisfacerse dondequiera que estuviéramos juntos, ya sea en asiento del carro de mi padre, sobre la arena frente al mar, o entre las sábanas de su cuarto, cuando sus padres no estaban.
“¿Qué dijiste?” “Que estoy embarazada” “¿Estás segura?” “El doctor lo confirmó.” “¿Qué vamos a hacer Di ““No sé, tengo miedo. Tengo miedo de papá”. “Yo también. ¿Es verdad lo que cuenta que fue campeón de karate? “ “Sí, pero él no es violento, tú lo conoces”. “Espera que sepa que estás embarazada...”
Echarle la culpa a la inexperiencia de ambos sería tonto. Lo cierto es que se generó un problema y nuestros padres pensaron que la única solución era el matrimonio. Nosotros aceptamos felices, pensamos que con el amor que nos teníamos sería suficiente para empezar una vida juntos, jugando a ser adultos.
No voy a contarte lo que pasó después que nos casamos, basta decir que fue una mala idea haberlo hecho. Siete años de amor por correspondencia se derrumbaron en unos meses. Yo no estaba preparado para asumir esa responsabilidad. Creo que tu madre tampoco.
Poco después que tu nacieras, ingresé a la universidad --por suerte no necesitaba trabajar-- y me sentí un bicho raro. Era el único “cachimbo”( así le decimos aquí a los estudiantes recién ingresados) que usaba un aro matrimonial y ni siquiera era mayor de edad. Luego, el único entre el grupo de amigos al que el llanto de su hija no lo dejaba estudiar. Descubrí defectos en la que hasta entonces había sido mi amiga perfecta, ella se dio cuenta de los míos. Lo acepto. Yo era un niño mimado quizás por ser hijo único. Era--soy-- una persona con la que es difícil convivir. Hay que decirlo, puse muy poco de mi parte para que nuestro matrimonio funcionara. Tendrías algo más de un año y medio cuando decidimos-- por nosotros mismos --, que lo mejor era separarnos. Diane volvió a Nueva Zelandia y yo, con alivio, me quité el anillo y olvidé --o por lo menos traté sinceramente de hacerlo-- todo el asunto.
A partir de entonces, huí de todo compromiso, de toda responsabilidad. Ya lo he dicho hija, tú eras para mí sólo una imagen distante. Sentía, siento, amor por ti . Pero, otra vez, un amor de papel y estampillas.
“¡Carta para Toño!”
“¿De dónde?”
“De la Embajada de Nueva Zelandia”.
“¿Qué?... Dámela”.
Cartas, cartas. Han resultado tan importantes en mi vida. Esta última me comunicaba la muerte, en un accidente, de tu madre y tus abuelos. Fue algo que jamás hubiera imaginado. Me quedé petrificado con la carta en la mano. En realidad todavía no he podido aceptarlo, me encuentro en una especie de trance. No puedo, no quiero, creer que la niña del kiwi, la de los dibujitos de Sarah Kay, la chica pelirroja, pecosa y alta que vi hace años en el aeropuerto de Lima, esté muerta. Tal vez resulte tonto decirlo ahora, pero fue la única mujer que he amado y me parece que solamente estuve esperando el momento correcto para volver a su lado. No debí esperar tanto ... la distancia entre ella y yo es ahora más grande que el Océano Pacífico, más grande que todas las manchas azules en todos los mapamundis...
Me pregunto que habría pasado si tu madre y yo hubiéramos seguido juntos, o que hubiera sentido de haberla vuelto a ver, si hubiera hecho el viaje que postergué tantas veces porque me parecía que todavía no estaba listo.
Ya no es posible pensar en lo que hubiera sido, voy a tener que ser el padre que no fui de ahora en adelante. Voy a tener que conocerte y tu vas a tener que conocerme.
Hija, siempre me ha sido más fácil escribir que hablar. Todavía no sé si te voy a dar estas líneas que he garabateado en el avión. La idea fue que me sirvieran de ensayo. Tienes la edad que tenía Diane cuando empezó nuestra amistad postal. Ahora tú eres la nueva “niña del kiwi” y yo, viajo desde donde nace el sol, al otro lado de una gran mancha azul, para encontrarte.
(escrito en 1996 )
Resulta que, de pronto, hace dos días, soy padre. Es decir, hace casi diez años que lo soy, pero para mí ese era un título inmerecido, casi diría, un accidente en mi pasado. Un cheque dos veces al año, algunas fotografías y postales en Navidad y en tu cumpleaños. Esa era la única relación que había existido entre tú y yo. A veces, luego de tomar unos tragos en el bar o conversando con una amiga comprensiva, mostraba esas fotos y decía, creo que con orgullo, “Esta niñita es hija mía, linda ¿no?”, para luego explicar que vivías muy lejos, con tu madre.
“¡Toño! Ha llegado una carta para ti.”
“Dámela mami...debe ser de mi nueva amiga por correspondencia. ¿Te acuerdas que le escribí hace como un mes?
Y sí, esa era la carta. La enviaba Diane Longwood y venía en un sobre celeste, escrita sobre papel rosado decorado con dibujitos de Sarah Key. Había escogido a Diane en la lista que me envió el I.Y.S., porque teníamos la misma edad, nos gustaba la música y porque quería practicar Inglés.
“¿Dónde queda Nueva Zelandia mami?”
“Ven mira”- dijo mi madre llevándome hacia el mapamundi.
“Aquí es”
“¿ Esa manchita rosada? “Ajá”. “¿Está lejos?” “Sí, al otro lado del mar” “¿ Y el mar es muy grande?,” “Enorme” “¿Y no se puede ir en tu carro?” “No hijo, para llegar a Nueva Zelandia hay que ir en avión.” “ ¡Ah! ¿cómo en esos en los que siempre viaja mi papá?” “Ajá”.
Poco a poco descubrí más sobre ese país lejano. Diane me escribió de los volcanes, de los bosques, el ganado y los kiwis. Sí, ¡los kiwis! Unos pájaros tan raros y a la vez tan especiales. Me envió una fotografía de uno. La hice ampliar y la colgué en mi cuarto. Desde ese momento Diane fue para mí la “niña del kiwi”.
...Me gustan mucho tus cartas Toni. Escribes muy bien (...) Estoy feliz de ser para ti la “niña del kiwi”. Tú eres para mí el muchacho que vive en donde nace el sol. The boy from the rising sun!
Las cartas sirvieron para hacernos muy amigos. Más aún, gracias a ellas surgió un romance entre los dos. Nos contábamos todo. Temores, dudas, penas, alegrías. Cuando le conté que estaba muy triste por la muerte de mi perro "Ralf"--un hermoso collie que me regalaron cuando yo era apenas un bebé--,ella me envió una caja de chocolates y una postal que sólo decía :“Sonríe”. Además de cartas y postales empezamos a intercambiar regalos por “San Valentín”, por Navidad, por nuestro cumpleaños . También fotos y casettes. Hasta inventamos una manera de ponernos en contacto. Fue una idea loca. Se nos ocurrió que un día, a la misma hora (6 de la mañana para mí, 11 de la noche para ella), los dos iríamos a la playa y tocaríamos el agua para así "conectarnos" a través del mar, a cuyas orillas vivíamos. Desvaríos románticos de adolescentes solitarios.
Pero estábamos enamorados. Al menos, eso creíamos. El único problema es que era un amor de papel y sellos postales, un amor a la vez unido y separado por una enorme mancha celeste en los mapas, el Océano Pacífico.
“¡Mamá!” “Sí...¿qué pasa?”, “¡Diane va a venir a Lima!” “¿Cómo?” “Su papá viene a trabajar aquí por un convenio de cooperación...”
Fue la mayor sorpresa de mi vida. Luego de seis años de escribirnos, por fin íbamos a estar frente a frente. Sentí alegría y miedo. “¿Y si no le gusto cuando me vea? Una cosa son las fotos pero...”
El día que nos vimos por primera vez en el aeropuerto, la encontré más bonita de lo que esperaba. A ella -- me dijo después-- yo le parecí guapo, aunque un poco bajo de estatura.
“¿Vas a salir otra vez con Diane?” “Sí mamá”. “Ten cuidado con lo que hagas Toño. Las gringas son más adelantadas que las chicas de aquí” ,”No te preocupes, ella es una chica tranquila, como yo. Además, ¿acaso no confías en tu hijo?” .
En verdad Diane, criada en un pueblo pequeño, era bastante conservadora. Pero, eso no evitó que cierta vez, un día, sus deseos y los míos coincidieran y no pudiéramos detenernos. Aquella vez todas mis fantasías románticas se hicieron realidad con toda la pasión y las ganas que uno tiene a los diecisiete años. Fue mi primera vez, nuestra primera vez. Me hice hombre de la manera más hermosa, que puede haber, con la mujer de quien estaba enamorado.
Luego de aquella vez, hubieron otras. Nuestro romance de papel se volvió un amor que se hacía deseo y buscaba satisfacerse dondequiera que estuviéramos juntos, ya sea en asiento del carro de mi padre, sobre la arena frente al mar, o entre las sábanas de su cuarto, cuando sus padres no estaban.
“¿Qué dijiste?” “Que estoy embarazada” “¿Estás segura?” “El doctor lo confirmó.” “¿Qué vamos a hacer Di ““No sé, tengo miedo. Tengo miedo de papá”. “Yo también. ¿Es verdad lo que cuenta que fue campeón de karate? “ “Sí, pero él no es violento, tú lo conoces”. “Espera que sepa que estás embarazada...”
Echarle la culpa a la inexperiencia de ambos sería tonto. Lo cierto es que se generó un problema y nuestros padres pensaron que la única solución era el matrimonio. Nosotros aceptamos felices, pensamos que con el amor que nos teníamos sería suficiente para empezar una vida juntos, jugando a ser adultos.
No voy a contarte lo que pasó después que nos casamos, basta decir que fue una mala idea haberlo hecho. Siete años de amor por correspondencia se derrumbaron en unos meses. Yo no estaba preparado para asumir esa responsabilidad. Creo que tu madre tampoco.
Poco después que tu nacieras, ingresé a la universidad --por suerte no necesitaba trabajar-- y me sentí un bicho raro. Era el único “cachimbo”( así le decimos aquí a los estudiantes recién ingresados) que usaba un aro matrimonial y ni siquiera era mayor de edad. Luego, el único entre el grupo de amigos al que el llanto de su hija no lo dejaba estudiar. Descubrí defectos en la que hasta entonces había sido mi amiga perfecta, ella se dio cuenta de los míos. Lo acepto. Yo era un niño mimado quizás por ser hijo único. Era--soy-- una persona con la que es difícil convivir. Hay que decirlo, puse muy poco de mi parte para que nuestro matrimonio funcionara. Tendrías algo más de un año y medio cuando decidimos-- por nosotros mismos --, que lo mejor era separarnos. Diane volvió a Nueva Zelandia y yo, con alivio, me quité el anillo y olvidé --o por lo menos traté sinceramente de hacerlo-- todo el asunto.
A partir de entonces, huí de todo compromiso, de toda responsabilidad. Ya lo he dicho hija, tú eras para mí sólo una imagen distante. Sentía, siento, amor por ti . Pero, otra vez, un amor de papel y estampillas.
“¡Carta para Toño!”
“¿De dónde?”
“De la Embajada de Nueva Zelandia”.
“¿Qué?... Dámela”.
Cartas, cartas. Han resultado tan importantes en mi vida. Esta última me comunicaba la muerte, en un accidente, de tu madre y tus abuelos. Fue algo que jamás hubiera imaginado. Me quedé petrificado con la carta en la mano. En realidad todavía no he podido aceptarlo, me encuentro en una especie de trance. No puedo, no quiero, creer que la niña del kiwi, la de los dibujitos de Sarah Kay, la chica pelirroja, pecosa y alta que vi hace años en el aeropuerto de Lima, esté muerta. Tal vez resulte tonto decirlo ahora, pero fue la única mujer que he amado y me parece que solamente estuve esperando el momento correcto para volver a su lado. No debí esperar tanto ... la distancia entre ella y yo es ahora más grande que el Océano Pacífico, más grande que todas las manchas azules en todos los mapamundis...
Me pregunto que habría pasado si tu madre y yo hubiéramos seguido juntos, o que hubiera sentido de haberla vuelto a ver, si hubiera hecho el viaje que postergué tantas veces porque me parecía que todavía no estaba listo.
Ya no es posible pensar en lo que hubiera sido, voy a tener que ser el padre que no fui de ahora en adelante. Voy a tener que conocerte y tu vas a tener que conocerme.
Hija, siempre me ha sido más fácil escribir que hablar. Todavía no sé si te voy a dar estas líneas que he garabateado en el avión. La idea fue que me sirvieran de ensayo. Tienes la edad que tenía Diane cuando empezó nuestra amistad postal. Ahora tú eres la nueva “niña del kiwi” y yo, viajo desde donde nace el sol, al otro lado de una gran mancha azul, para encontrarte.
(escrito en 1996 )
No hay comentarios:
Publicar un comentario