Era ya muy tarde, la Pc hacía rato estaba en stand-by. Sólo la pequeña luz verde oscilante iluminaba la habitación. Muchas botellas, blísteres vacíos de pastillas y jeringas descartadas yacían dispersos por el suelo…como cada noche, como todos los días.
Me acerqué, cerré el juego y apagué la computadora. Luego, recogí la basura…
Estabas allí dormido sobre el sillón, recostado sobre uno de los brazos, abrazado de un cojín. El sueño te llegó de golpe, tras horas de insomnio y no tuviste fuerzas para llegar hasta la cama...
Me acerqué a ti y estuve un rato mirándote. Tu respiración era irregular, entrecortada. A pesar de la penumbra note tus ojeras y lo pálido que estabas. Te veías tan frágil, era casi imposible creer que tuvieras 22 años. Mas parecías un anciano o un niño que ha pasado muchos días enfermo.
La oscuridad crecía día a día dentro de ti, alimentándose de tu sangre, de tu vida…de la que debía ser “nuestra” vida, llevándonos hacia el ocaso, un ocaso sin promesa de luz renacida.
Puse mis manos en tus hombros para levantarte pero de pronto estaban rodeando tu cuello. Tus labios volvieron a dibujar esa sonrisa infantil, esa sonrisa rara, ligeramente torcida por la que me enamoré de ti. Sin duda esperabas que te llevara a la cama… como lo hago cada noche, todos los días.
Sólo apretar un poco más, quizás dar un breve y violento giro y todo habría terminado, por fin. Seguro me lo agradecerías.
Mientras mis manos apretaban, volví a escucharte reír, volví a verte llorar, volviste a poner tu cabeza en mi pecho y quedarte dormido.
A mi mente regresaron esas inolvidables horas buscando video juegos y esas noches enteras que pasábamos siendo héroes del tiempo y del viento… mientas comíamos pizza y reíamos.
Pensamos que la vida podría ser como un juego, creímos que si estábamos juntos viviríamos mil aventuras y seriamos poderosos e invencibles. Tu yo juntos teníamos la espada maestra. Nada podría detenernos.
Lástima que no fue así. A veces los malos ganan.
Tú buscaste consuelo en el vino, luego en el vodka, y ese poco de marihuana que nos hacía reír y olvidar los problemas pronto fue demasiado poco…
Yo seguí allí, porque no sabia donde más ir.
Y a mi mente volvieron las peleas, la violencia, los gritos... una espiral ascendente intercalada de disculpas y ofrecimientos de cambio que se repetía cada noche, todos los días. Y los meses viviendo juntos ya parecían años. Ya no hubo risa.
Y mis manos apretaban…y tú seguías dormido.
Una ligera agitación, un movimiento de tus brazos.
Tus ojos se abrieron, me miraron y al fondo de ellos todavía había luz, esa luz que aun parece poder derrotar las tinieblas.
Me miraste, como me miraste aquella madrugada en que me pediste que viviéramos juntos.
Me acerqué, cerré el juego y apagué la computadora. Luego, recogí la basura…
Estabas allí dormido sobre el sillón, recostado sobre uno de los brazos, abrazado de un cojín. El sueño te llegó de golpe, tras horas de insomnio y no tuviste fuerzas para llegar hasta la cama...
Me acerqué a ti y estuve un rato mirándote. Tu respiración era irregular, entrecortada. A pesar de la penumbra note tus ojeras y lo pálido que estabas. Te veías tan frágil, era casi imposible creer que tuvieras 22 años. Mas parecías un anciano o un niño que ha pasado muchos días enfermo.
La oscuridad crecía día a día dentro de ti, alimentándose de tu sangre, de tu vida…de la que debía ser “nuestra” vida, llevándonos hacia el ocaso, un ocaso sin promesa de luz renacida.
Puse mis manos en tus hombros para levantarte pero de pronto estaban rodeando tu cuello. Tus labios volvieron a dibujar esa sonrisa infantil, esa sonrisa rara, ligeramente torcida por la que me enamoré de ti. Sin duda esperabas que te llevara a la cama… como lo hago cada noche, todos los días.
Sólo apretar un poco más, quizás dar un breve y violento giro y todo habría terminado, por fin. Seguro me lo agradecerías.
Mientras mis manos apretaban, volví a escucharte reír, volví a verte llorar, volviste a poner tu cabeza en mi pecho y quedarte dormido.
A mi mente regresaron esas inolvidables horas buscando video juegos y esas noches enteras que pasábamos siendo héroes del tiempo y del viento… mientas comíamos pizza y reíamos.
Pensamos que la vida podría ser como un juego, creímos que si estábamos juntos viviríamos mil aventuras y seriamos poderosos e invencibles. Tu yo juntos teníamos la espada maestra. Nada podría detenernos.
Lástima que no fue así. A veces los malos ganan.
Tú buscaste consuelo en el vino, luego en el vodka, y ese poco de marihuana que nos hacía reír y olvidar los problemas pronto fue demasiado poco…
Yo seguí allí, porque no sabia donde más ir.
Y a mi mente volvieron las peleas, la violencia, los gritos... una espiral ascendente intercalada de disculpas y ofrecimientos de cambio que se repetía cada noche, todos los días. Y los meses viviendo juntos ya parecían años. Ya no hubo risa.
Y mis manos apretaban…y tú seguías dormido.
Una ligera agitación, un movimiento de tus brazos.
Tus ojos se abrieron, me miraron y al fondo de ellos todavía había luz, esa luz que aun parece poder derrotar las tinieblas.
Me miraste, como me miraste aquella madrugada en que me pediste que viviéramos juntos.
Y soplamos la ocarina.
Y volví a tener esperanzas.
Y volví a tener esperanzas.
Quizás esta vez si.
Quizás esta vez tu y yo juntos podremos evitar que llegue el crepúsculo a Hyrule.
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