viernes, 9 de agosto de 2013

CON LA LICENCIA DEBIDA



Lo  primero  que hizo fue revisar el sello y la firma. Eran los correctos. Volvió a leer para asegurarse que lo había comprendido, que no había leído mal…
OFICIO CIRCULAR NO 19370-MM

Adecuando el sistema administrativo interno del Ministerio a lo dispuesto por el Decreto Supremo 7659870, se ha  dispuesto  que, a partir de la fecha, todos los empleados del ministerio deban pedir permiso a sus superiores con 3 días de anticipación en los siguientes casos, sin excepción:
Inasistencia a sus labores por cualquier motivo, incluso por  enfermedad o muerte.
El incumplimiento de lo dispuesto acarreará las sanciones administrativas del caso.

La fecha era del día de ayer.
¿Pedir licencia previa por muerte? se preguntó. Debe haber un error. Lo mejor era consultar con su jefe. Quizás la daría una felicitación por haber encontrado un error que de inmediato se corregirá mediante u oficio circular de errata. Quizás algún torpe mecanografió mal el oficio.

Ordenó los apeles sobre su escritorio, se levantó de su silla y se dirigió a la oficina del jefe, ubicada a unos metros a la izquierda por el pasillo. Desde el fondo un retrato del soberano parecía observarlo. De hecho para eso estaba allí, como en todas y cada una de las muchas dependencias burocráticas del Estado, para recordarles que el Soberano estaba allí, había estado y seguiría estando desde siempre.

Tocó y el vidrio de la puerta vibró fuerte, como si fuera a caerse. Es obvio que necesitaba que la reparen, pensó. Como seguro el jefe no había tenido tiempo de hacerlo, el mismo notificaría más tarde al departamento de mantenimiento para que emita una resolución y dispongan que se envíe un conserje a reparar la puerta.
¡Pase!
Entró y explicó el error que había detectado en el oficio circular repartido esa misma mañana. El jefe lo miró de arriba abajo y le espetó:
¿Es que acaso no ha leído Ud., el decreto supremo 7659870? Fue publicado hace 6 días en la Gaceta Oficial. El oficio está correcto. No hay nada que enmendar.
Sin más que decir, se dio la vuelta y se fue de regreso a su oficina. ¿Pedir licencia previa por muerte?, se preguntaba ¿cómo puede hacerse eso. Es imposible.

Ya en su escritorio se puso a buscar los números pasados de la Gaceta Oficial que estaban arrumados  sin haber sido abiertos en un cajón. Que mal. Nunca ates se le había pasado leer un decreto importante. Quizás si leía el reglamento podría entender de qué se trataba eso de la licencia previa en caso de muerte.
Finalmente encontró el decreto.
Decreto Supremo 7659870
Considerando:
-          Que el ejemplo del soberano debe inspirar al pueblo y es necesario adecuar la administración del reino a lo establecido en la Bula Imperial 34091
-          La necesidad impostergable de poner orden en la administración del reino para que los puestos  en las oficinas públicas no se encuentren nunca sin su titular.
-          La necesidad de centralizar la información respecto adonde están y que hacen los funcionarios públicos en todo momento.
Se dispone:
-          Establecer un sistema de registro de los actos de los funcionarios públicos.
-          Todos los funcionarios públicos estarán obligados a solicitar licencia previa en caso deban ausentarse de sus puestos por cualquier razón, enfermedad o muerte.

Regístrese, comuníquese y publíquese.


El Decreto no daba una verdadera razón para lo de la licencia. Tal y como suele suceder en las leyes una norma remite a otra y esta a su vez a otra…. ¿La Bula Imperial 34091? Habrá que buscarla, se dijo. No podía entender cómo es que alguien debía o de alguna manera podía, pedir licencia previa para morir.

Las bulas imperiales no se publican en la Gaceta Oficial, tendría que ir a buscarla en el Archivo Real. Pasó el resto del día haciendo su trabajo, poniendo sellos, firmando muchísimos documentos, la mayoría informes provenientes de todas las provincias del reino en los que se daba cuenta del uso de lapiceros, se solicitaba que se reparen goteras o sillas, se pedía licencia para tener un hijo…
Si lo pensaba bien, en la administración pública se solicitaba licencia  y se informaba de todo lo que se hacía. El mismo, al terminar el día, haría un informe sobre la cantidad de expedientes tramitados y solicitaría licencia para abandonar el ministerio e ir a su casa. El oficio circular otorgando a todos los empleados que lo habían solicitado licencia para salir, era entregado a las 6.00 PM. Si alguien había olvidado hacerlo, tendría que quedarse en el ministerio hasta el otro día ya que las puertas se sellarían a las  6:15.
Sin embargo, ¿licencia para morir?...sonaba excesivo.

A las 6:45 llegó frente al Archivo Real. Un enorme edifico de piedra gris, sin ventanas y solo decorado por unas gárgolas que asomaban sus monstruosas caras bajo el tejado azul oscuro. Entró subiendo unas escaleras angostas que daban acceso a una puerta estrecha. Solicitó permiso para ingresar y revisar documentos. Le dijeron que hiciera una solicitud y regresara al día siguiente. Eso hizo.

En casa le esperaban su esposa y su hijo. Era lunes  así que comerían pollo con guisantes. Lo sabía porque el mismo llenó el informe de lo que cenarían durante la semana y lo dejó de camino al ministerio esa mañana.
Al entrar, el gran retrato del soberano volvió a mirarlo. Le pareció notar algo distinto en la imagen a pesar que sabía que era sólo una copia de las millones de copias que se distribuían cada año y debían colocarse, so pena de multa, en todas las habitaciones de todas las casas de todo el reino.
Cenó. Ayudó a su mujer a secar los platos y luego leyó a su hijo un cuento sobre cuando el soberano conoció a la que fue su esposa en una pequeña aldea en las montañas. La reina había muerto hace años pero no se lo dijo al niño. Ya se enteraría en el momento debido.

Al día siguiente volvió al trabajo. Tenía tantas ansias que fueran las 6:00 que apenas entró, a las 9:05, llenó su solicitud para obtener licencia de salir.

Esta vez llegó a  las 6:35 al Archivo. Había corrido todo el camino. Lo dejaron entrar y solicitó el volumen con las bulas imperiales del último año. Había solo 3. Buscó la que le interesaba.
Leyó el texto una y otra vez. Las palabras que leyó lo dejaron como hipnotizado. A las 7:25 salió del edificio del archivo.
Caminó por la acera y cruzó la calle en la esquina de la plaza.
 No notó que el tranvía doblaba la esquina.
Se oyó un chirrido metálico, luego un golpe.
Lo último que pensó fue en cuáles serian “las sanciones administrativas del caso” por haber muerto sin pedir licencia.

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