miércoles, 1 de octubre de 2014

El Sonrisa de Narciso


Te vi  por primera vez en un campeonato al que acudí un domingo al mediodía  en un cine del centro.  Yo tenía entonces 15 años y no estaba muy seguro de que era lo que me había llevado allí. Recuerdo que el viernes anterior había encontrado en la sección deportiva una foto que me llamó la atención (un deportista en posición de doble bíceps parado al lado de un trofeo) y a su lado un  pequeño articulo indicando que se realizaría un torneo de fisicoculturismo. No sé decir qué fue lo que me hizo tomar nota de la hora y del lugar e ir, ni siquiera sabía entonces que significaba fisicoculturismo; tal vez fue curiosidad, tal vez fue algo más pero sí sé que al verte entre  los concursantes sentí una extraña mezcla se emociones, una confusa combinación de deseo y envidia. Comprobé con sorpresa que la visión de tu cuerpo musculoso me excitaba pero me tranquilicé pensando que lo que sentía en realidad era admiración, que lo único  que yo quería era llegar a  tener un cuerpo igual al tuyo, un cuerpo que  me hiciera sentir tan  poderoso y masculino como tu te veías sobre el escenario. No sé, tal vez creí  en ese instante, que si lo lograba podría ser como los héroes de  los comics con sus músculos enormes y delineados que los hacían tan desconcertantemente atractivos para mí.

Ganaste aquel campeonato con facilidad. A partir de ese momento te transformaste en el símbolo de todo lo que yo quería llegar a ser. Me di cuenta que era posible tener un cuerpo como el de Rick Jones, Clark Kent o Peter Parker sin necesidad de haber nacido en otro planeta o haberse expuesto a los rayos gama. Tú eras la prueba de que ese anuncio que aparecía en muchas contratapas ofreciendo cursos por correspondencia para desarrollar los músculos, decía la verdad.

Te volví a ver unas semanas después, cuando me inscribí en un gimnasio y resultó que tú  trabajabas  como instructor allí. Me convertí  en tu discípulo y también en tu amigo. Puse todo mi empeño y dedicación cumpliendo las rutinas en el gimnasio, siguiendo tus consejos sobre dieta y estilo de vida, tomando los suplementos que indicabas. Luego de unos meses sentí que el éxito estaba a mi alcance. Por fin había encontrado algo que realmente me gustaba y en lo que podía destacar. Todos decían que yo tenía lo necesario para ser un futuro campeón.

El gimnasio se convirtió en el único lugar en donde era feliz, en donde mi afición por la perfección física no era vista con malicia o con desdén. Nunca había tenido amigos hasta ese momento, amigos de verdad, que me respetaran y entendieran, amigos como tu.

Pero la intimidad que surgió poco a poco entre nosotros y el contacto físico inevitable durante los entrenamientos, provocaron que crecieran y se hicieran claros dentro de mí los sentimientos que había experimentado  tan confusamente cuando te vi por primera vez en el cine. Ya no podía negar que la admiración  que sentía por ti, era en realidad una atracción erótica y cada vez se hacía más difícil luchar contra la excitación (y su manifestación física evidente entre mis piernas)  cuando  tomabas mi cintura para ayudarme a realizar otra repetición en la barra alta, o sujetabas mis brazos al hacer un press. El sueño se volvió una pesadilla, parecía que ellos tenían razón  cuando se burlaban, yo no era un deportista, era simplemente un maricón al que le gustaban los hombres musculosos.  Por eso, decidí  alejarme. Me avergonzaba que  pudieras  darte cuenta de lo que yo sentía. Me avergonzaba sentir lo que sentía.

Mi alejamiento  te pareció una traición, una muestra de debilidad imperdonable. Sentiste rabia por haberte  equivocado, rabia   por haber malgastado  tu tiempo y dedicación en mí. "Jamás llegarás a ningún lado" sentenciaste, "No tienes madera de campeón, nunca serás como yo" agregaste con desilusión.

Sin embargo, no renuncié completamente, seguí adelante entrenando por mi cuenta, continué  preparándome  en la soledad del gimnasio que instalé en mi habitación, analizando cada ángulo de mi cuerpo en los espejos que hice colocar en las paredes, enfocando toda mi energía hacía un único objetivo: lograr un cuerpo perfecto, un cuerpo que despertara tanta admiración por su rotunda masculinidad que acallará las dudas, todas las dudas, en especial las mías. Ahora, poniéndolo en perspectiva, podría decirse que quería que mi cuerpo fuera como el tuyo porque, al fin y al cabo esa era una manera de poseerte o de que tú me poseyeras.

Pasó el tiempo y llegó el día  en que  sentí que era momento de probar  cuanto había  avanzado y di el siguiente paso: me inscribí en un campeonato. Aquí tenemos pocos así que sabía que era muy probable que tú también participaras, siempre lo hacías y, siempre habías ganado hasta ese momento.

Saber que competiría contigo me atemorizaba y estimulaba a la vez, pero pensé que para mí entrar en la competencia significaba mucho más que simplemente  pararme frente al jurado para que me midan y comparen, significaba  la ratificación de que estaba en el camino para  alcanzar la meta  que me había propuesto, en la senda que me llevaría a lograr el objetivo al que había dedicado mi vida  durante  más de tres  años.

Cuando se inició el certamen y todos  los participantes desfilamos frente al público me sentí abochornado e incomodo... era la primera vez que me exhibía casi desnudo frente a tanta gente, la primera vez desde que me había alejado de ti, que tenía alguien más que al espejo como juez. Pero, cuando empecé a sentir las miradas de la platea y pude oír sus aplausos me deslicé por un vórtice de  emociones desconocidas. Su admiración fue como una droga, como  un potente estimulante que me hizo sentir  seguro y confiado como nunca antes me había sentido. Me sentí poderoso y deseado, ya no sentía ninguna turbación ni incomodidad, no, todo lo contrario, quería que todos me vieran, quería que todos quedaran deslumbrados por la perfección y la fuerza que había logrado dar a mi cuerpo. Comprendí de pronto  porqué todos los superhéroes usan esas ajustadas mallas. Mostrar un cuerpo atlético y vigoroso te da una sensación de superioridad, una sensación de poder frente a aquellos que ocultan con vestidos su imperfección física, su delgadez o su gordura. Por eso me exhibí con orgullo, como ellos.

Clasifiqué sin problemas para la final. Cuando llamaron a la presentación de todos los finalistas, nos vimos por primera vez  cara a cara. A partir del momento en   que nuestras miradas se encontraron, quedó establecido el desafío  fue como si  el concurso fuera  únicamente entre  tu y yo, los demás ya no importaban.

Parados, uno al lado del otro, tu espalda parecía tan amplia como la mía, mis pectorales se veían tan grandes como los tuyos, nuestros abdominales  igualmente definidos. Parecíamos reflejos de una misma imagen,  prácticamente idénticos.

En algún momento, mientras los dos tensábamos los músculos sobre el escenario, tu manera de mirarme cambió y pude notar una sonrisa de satisfacción esbozada sobre tu rostro durante los momentos de reposo. Creo que tu gesto de complacencia debe haber sido como la sonrisa de Narciso al ver su imagen reflejada en el agua.

Los jueces no podían decidirse, nos llamaron varías veces para hacer comparaciones. Doble bíceps, expansión dorsal, otra vez abdominales, tríceps y muslos. Todo se decidió en la rutina individual. Tenía tantos deseos de ganar que creo que eso fue lo que marcó la diferencia e hizo que los jueces me proclamaran vencedor.

Deportivamente te acercaste a felicitarme. Cuando estabamos abrazados y   nuestros cuerpos que habían parecido atraerse y repelerse durante toda la competencia entraron por fin en contacto, pude notar que también tenías una erección. Sonreíste al notar mi erección...lo extraño fue que el resto la gente no pareció darse cuenta.

No dejamos de mirarnos mientras me tomaban fotos y los viejos amigos del gimnasio se acercaban a congratularme. Recordé tus palabras el día que te dije que había decidido alejarme “Nunca serás como yo”. Entonces  comprendí el significado de tu sonrisa. Cuando se busca la perfección física y concentras toda tu energía en esa búsqueda, el cuerpo perfecto se convierte más que en un ideal, se transforma en el objeto de tu deseo y quieres ser el y a la vez poseerlo en  una paradoja que solo puede resolverse amando a  tu reflejo y para ti yo me había convertido justamente en eso... Ya no tuve vergüenza de mis sentimientos porque era claro que tú también los compartías. Y ya no me importaba tampoco lo que ellos pensaran.

Cuando terminó todo, te acercaste de nuevo y nos fuimos juntos a tu casa ( ¿o fue a la mía?). Una vez allí en la habitación - gimnasio, frente a  las paredes cubiertas de espejos me demostraste que valió la pena haber esperado para estar contigo.

Todos dicen que cada día me parezco más a ti, incluso en el rostro y los ademanes, la mayoría de veces nos confunden, hasta nos llaman por el mismo nombre (¿el tuyo, o el mío?)... Es posible que tengan razón al confundirnos. Hay momentos en que yo mismo no estoy seguro de quién soy.  ¿Sabes? he llegado a pensar que es posible que todo esto no haya sido más que un sueño, que nunca haya sido otra cosa  que tu reflejo en el espejo o ... que tu no seas nada más que el reflejo de mis propios deseos sobre las brillantes superficies  de cristal que me rodean.

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